Mi querida Big-Bang;
El otro día me colé en el museo del Prado. Como esas chungas que se acercan a la taquilla como el que no quiere la cosa y cuando tú te despistas pegan un quiebro y ya están dentro. Sí, fui una cutre y en mi pecado llevo mi penitencia, pero la mediocridad circundante me pedía un chute de arte carnívoro, y la sola visión de la megacola dando la vuelta al edificio me puso los pelos de punta.
Me colé, y lo peor es que no me arrepiento ni un poquito. Cuando uno es tan civilizado debe transgredir las normas de urbanidad dos o tres veces al mes, a saber; pisar el césped de algún jardín, tirar un papel al suelo en la Puerta del Sol o eructar en un bar muy trendy donde sólo van modernos impecables falsamente disfrazados de alternativos.
Rubens estaba allí, esperándome con las fauces abiertas, pero la vigilante de la sala me miraba raro. “Ahora es cuando le comunican por el walkie-talkie  que la de las mechas se ha colado y ella viene, me pone las esposas y salimos en el Telediario”, pensé entre las Tres Gracias y la Adoración de los Reyes Magos. Las pulsaciones no bajaban de noventa y apenas podía concentrarme en esas composiciones magníficas de cuerpos. Unos escorzos imposibles que el tipo hacía por encargo de los reyes y al parecer le pagaban (es sabido que la realeza tiene a olvidarse la chequera en palacio). Y esas manos perfectas que agarran, tocan, señalan o esconden, en un gesto tan contundente que corres peligro de olvidarte del resto del cuadro.
El arte es mucho mejor que el Lexatín y que el Atarax juntos. Si es tan potente produce un efecto hipnótico que sólo se rompe cuando un señor viejuno y extranjero del primer mundo se planta delante de ti obsesionado por ver el lienzo aún más cerca, y entonces tú te adelantas y lo tapas a él en un baile absurdo que termina haciendo uno de los dos equilibrios en el cordón de seguridad. Si sobreviene el pitido entonces el arte se convierte en performance y a ti te echan del museo. Una humillación semejante a que te pillen colándote, pero más escandalosa.
Ahora que me he colado con éxito,pienso perfeccionar mi estilo. Me colaré en bodas, bautizos y reuniones de vecinos. Tengo que ser la antisistema que no fui cuando me tocaba por edad y circunstancias. Y que no se despisten en el Thyssen que lo mismo hoy afano uno de esos jardines impresionistas que crecen al sol nublado de este noviembre. No hay nada tan excitante como haber cometido un delito sin que te pillen. Je, je…