1. En otro idioma eres otro/a. A mi teacher Sam suelo decirle lo simple, circunloquista y áspera que soy en inglés, pero me ha hecho falta leérselo a Héctor Abad Faciolince en sus diarios “Lo que fue presente” (1985-2006) (Alfaguara) para sentir ese alivio reconocible de que otro nombre lo que tú apenas balbuceas: “En otra lengua, dice Julia Kristeva, uno no sabe lo que dice”, cita el autor colombiano.
    Lo que no le he confesado a Sam es que a veces digo lo que puedo, no lo que querría. Y cuando esa frase mal parida sale de mi boca en la lengua de Shakespeare, apaleada y prostituida por la mía -¿habrá una policía de las palabras?-, siento un extrañamiento confuso y a continuación me sorprendo pensando que igual eso es exactamente lo que pienso y que la falta de recursos lingüísticos impide a mi cerebro engañar y distorsionar el pensamiento, pasarlo por el filtro de la corrección y el autoanálisis. En inglés, salgo al ruedo sin filtro. Con menos vocabulario, aliño de patadas a la sintaxis que me sonrojarían en mi idioma natal. Soy otra. Esa que sueña con habitar un diccionario país incógnito y recorrerlo como un trigal sin lindes, vendados los ojos y con el sol abrasándole la nuca, libre de todo corsé y sintética y bocatrapista por pura necesidad.
    P.D. He conocido varios casos de personas que sólo se enamoran de extranjeros/as. Siempre me pareció que tenía una explicación de diván, y puede que esta sea que su yo en otro idioma es más osado, seductor, desinhibido, tierno o libre. ¿Menos comprometido? Quién sabe.

2.El confinamiento me ha traído conversaciones suculentas con mis hijas. Somos las mismas, pero nunca habíamos pasado tanto tiempo juntas en casa. Cada una en su espacio, mi padre en el suyo y Bronte entrelazando las fronteras con su motum peludo de amor universal. A este grupo se ha unido una aspiradora robot que hemos bautizado Buddy y que nos sobresalta cuando decide cruzarse en nuestro camino. Y Alexa (Alexia para mi padre) amenizando el día con una playlist que ha montado con mis músicas favoritas en un ejercicio de libre albedrío ostentoso y algo inquietante.
Las máquinas no conversan de verdad pero nos dan mucho de qué hablar. Mis hijas, mi padre y yo pasamos buena parte del día inmersos en silencios nutritivos y cuando estalla la palabra conviene tener un boli a mano y registrarlo. Esto que nos pasa no volverá, será como un delirio más largo que una guerra sin interés económico o geoestratégico para las grandes potencias. Callarse es una trinchera. Eso pienso.

3.Vuelvo al libro, cotidiano refugio vespertino. “Militar es renunciar a pensar”, dice Héktor (así lo llamo y él no protesta). No puedo no estar de acuerdo. Siempre he huido de los grupos, incluso de los que milité un día con más afán de salirme del carril del yo y buscar la alteridad que convicción. Los grupos ideologizados me dan miedo, tienen un punto de intolerancia con el que no comulgo. Prefiero simpatizar que salir gritando “a las barricadas” y asumir de partida una posición porque mi sangre se estampó en un documento. No soy de nada al 100%. Solo de mi familia. Puedo contradecir y debatir hasta la extrema unción cien veces cada pequeña militancia cotidiana. Especialmente las que he firmado yo conmigo misma.