Últimamente proliferan los restaurantes de mesa compartida. Los suelen regentar modernícolas y el público es lo suficientemente esnob como para considerar requetecool que te sienten con un grupo de perfectos desconocidos con los que, por supuesto, no cruzarás una palabra pero con suerte puedes fisgar sus conversaciones e imaginar sus vidas.  Las mesas suelen ser de madera tosca, veteada, y sólidas patas. Las lámparas, design. Las camareras y camareros, displicentes. El baño, oculto. El menú, ilegible y low-low fat. 

La primera regla de la mesa compartida es “evita ir en pareja”. La segunda es una excepción a la primera: “salvo que te caiga un poco mal y prefieras mirar a Cuenca que mirarle a los ojos”. Alinearte con tu amor como si estuvieras en el teatro pero con un bol de cuscús delante de cada uno te condena a la mala digestión y a la tortícolis. Al monólogo forzoso. A desear con toda tu alma que termine la sesión para volver al método tradicional. Ese de sentarse a la mesa cara a cara y que te miren intensamente, haya o no conversación.

“A ti es que te ponen muy nerviosa estas cosas”, me reprochaba ayer con dulzura D. después de una sesión de gastrocomuna en la que él se sentía como dios, estiraba sus largas piernas y hablaba como Cicerón ante su pueblo mientras yo componía un escorzo de yoga para seguir con atención sus palabras tratando inutilmente de seguirle la mirada. Enfrente de nosotros una mujer y su hija nos observaban a escondidas con cara de “yo a ése lo conozco pero voy a hacerme la sueca, menuda pereza”.

Evitar saludar a alguien que tienes a menos de un metro durante hora y cuarto no es tarea fácil. El choque accidental de miradas resulta inevitable, y la reacción natural es volverte a tu acompañante. Agarrarte a él o ella como a un salvavidas mientras tratas de recordar de qué conoces a esa mujer que finge no conocerte mientras saborea el cuscús frío y poco especiado (especiar es una vulgaridad en estos sitios que frecuento donde se impone toda versión de la tibieza)

Ayer comí en un lugar llamado “Olivia te cuida” que en adelante pienso llamar “Olivia te putea”. Un sitio para chicas de tamaño minúsculo (el local, no las chicas) donde nadie te  habla y de donde salí más dolorida que tras una clase de zumba. Recordé con nostalgia y ensoñación aquel París donde a menudo te sentaban a la mesa junto a una o dos parejas, que fingían no haberse dado cuenta y seguían arrobados mientras sonaba Edith Piaf y tú paladeabas un croque monsieur con el plano delante. París era un sentimiento punteado en rojo con aspas y trazos que señalaban los lugares que conquistarías esa tarde, esa noche. Las calles, las aceras, el gris instalado en el cielo, la gabardina très chic. Un hotel pequeñito y discreto donde la cama siempre era pequeña pero a nadie parecía importarle.

La mesa es como la cama. Dicta las normas de la intimidad. Te condena a amarte o a despedirte para siempre. El silencio sostenido desencadena un concierto de cuchillo y tenedor, y un coro de voces deshilachadas donde cualquier vouyeur, tal es mi caso, puede robar una historia, o al menos el arranque.

“Ya sé de qué la conozco, es la ex de un amigo que hace tiempo que no veo y con la que solía coincidir en sitios, pero no recuerdo haber hablado nunca con ella”.

Una mujer divorciada y su hija se dirigen a una gastrocomuna chic de la capital del reino. Al llegar las sientan  a una mesa compartida. Enfrente, descubre contrariada, hay un hombre que fue amigo del hombre que le rompió el corazón. No sabe por qué, pero lo detesta. Como si esto fuera París y sonara Edit Piaf, desgarrada. El hombre ha estirado sus largas piernas, tanto que casi la toca bajo la mesa. La mujer fuerza el cuerpo para no enfrentarse a él, que a su vez está acompañado por otra mujer en escorzo que ha pedido un cuscús insípido como el alma de la camarera.

Hora y cuarto después la pareja pide la cuenta y paga. Se levanta y se dirige hacia la puerta. La mujer con el corazón roto mira de reojo y por fin respira aliviada…

PD. Hace poco abrió un restaurante donde está prohibido hablar.  El sitio perfecto para las parejas que se odian pero no se atreven a romper.