Mi querida Big-Bang:

Ningún padre está preparado para llamar a la puerta de la casa de su hija, divorciada y sola, y que le abra un tipo en calzoncillos. Para un padre, su hija es esa mujer pura que se reprodujo por ósmosis y luego abandonó el sexo por siempre jamás. Igual que a los hijos les da urticaria pensar en sus padres como amantes, a los padres les sucede igual. Sobre todo con las hijas.

Mi amigo L. durmió como casi todos los lunes en casa de su novia, moderna, despistada, residente en Madrid. Por la mañana, ella se marcho temprano y a los dos minutos sonó el timbre. L., en calzoncillos, se apresuró a abrir la puerta -“ya se le ha olvidado algo”, pensó- y allí está el padre de la novia, que no es Robert de Niro furibundo pero podría parecerlo. El señor lo miraba con estupor, de arriba abajo: pelos revueltos, legañas, torso desnudo y esos calzoncillos delatores. No, ese hombre no estaba viendo a un congéner, sino al violador de su princesa. Al que se lo monta con su niña, y seguro que acababa de perpetrar el delito, porque el joven parececía relajado y satisfecho, y no se había molestado en vestirse, ni en quitarse las legañas. Horreur.

Para un padre, su hija carece de currículum sexual más allá del matrimonio. Y si lo tiene, no desea una exhibición pública. El pobre hombre pegó un brinco, saludó atropellado y dudó entre dar o no la mano al abusador, pero no lo hizo porque éste estaba en calzoncillos, y era como tendérsela a Jack el Destripador con el machete sangrante en una mano. “Yo no sabía si ofrecerle un café o arrodillarme y pedir perdón”, relata L.”Tenía la sensación de haber cometido un allanamiento de morada y estar en calzoncillos me quitaba todo predicamento y toda posibilidad de arreglar el escarnio”. Así que sostuvo la mirada del hombre, esperó a que llegara el ascensor 30 segundos que parecieron dos horas, y le dijo adiós fingiendo dominar una situación propia de un sketch de sal gorda o de una película de Alfredo Landa.

Para un padre, su hija de más de cuarenta años es una chiquilla descarriada a la que aún hay que proteger. Una ninfa que sólo tiene relaciones con Openbank y con el de la Teletienda en sus madrugadas insomnes. Ese padre habló ese día tres veces con la niña. No le dijo ni una palabra, por pudor, por vergüenza, porque si hablaban de eso tendrían que hablar de lo otro, y porque el statu quo de la paternidad se alimenta de silencios. De huidas a tiempo para no ver que tu hija es una mujer. Y folla. Con perdón.

“Al menos, ese día llevaba mis gayumbos más elegantes”, me cuenta L. en su descargo.

Pero ahí fuera hay un padre adorable que ha descubierto algo y no tiene una botija para encerrar a su princesa bailarina y sellarla con pez.

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