Mi querida Big-Bang:

El plan era de los de don Vito Corleone: una oferta irrechazable. La premiere megamundial de la película del año, toneladas indecentes de glamour y destellos dorados, fiestón salvaje y coma etílico opcional. All included. La letra pequeña del contrato: “Irás sola con cuatro hombres”. Bieeeeennnnnnn!!!!!!!. Adiós competencia, bye buy pretenders con plumas! Serán mis minutos de gloria y ya puedo estar fea y con granos que entraré del brazo de uno o de dos, más guardaespaldas a babor y estribor, como una starlette trasnochada del neorrealismo cañí.

Mis amigas, verdes de envidia: “ya repartirás a la vuelta, nena”. Mi jefa, preocupada: “No olvides mantener la compostura y por dios llévate otro paraguas, que ese es una horterada”. Mis hijas, enfervorecidas:”¿saldrás en la tele, mami? Di algo de nosotras a cámara”. Mi madre, confusa: “¿Pero no acababas de volver de vacaciones?. Desde luego, hija, esto no es un trabajo ni es nada”.

Y allí estaba yo, cual Sabrina pizpireta, pisando metros de alfombre roja. Doscientos reporteros a un lado, y yo concentrada ensayando las posturitas del photocall, con mi escotazo y mis tacones, cuando empecé a verlas. Una dos, siete, veinte…Aquello estaba infestado de velinas. Mujeres de 1.80 asquerosamente bellas. Con sus melenas de ninfa venenosa, sus cantos de sirena, sus tetas recauchutadas ma non troppo y sus culos en su sitio. Un espejismo a la altura de cualquier catástrofe mundial.

Aquello no me podía estar pasando a mí. Mis acompañantes, presos del síndrome Berlusconi, babeaban y miraban a una y a otra y a la de más allá, dándose codazos entre ellos y con la boca más abierta que las fauces de un león del Serengueti. ¡Todas estaban buenas!

¿Qué podía hacer? Fingir un desmayo, gritar ¡fuego!,poner pies en polvorosa entre la muchedumbre…Todas las opciones de montar un numerito me parecían poco contundentes. Ellos no iban a reparar en mí. Y yo sin mis pastillacas en el bolso absurdo que llevaba a conjunto con mi palabra de honor y mi rouge color sangre de pichón. Sí, todos mis esfuerzos dinamitados por la competencia desleal. Sólo me quedaba mostrar cerebro, o algo. La batalla del cuerpo estaba perdida por siempre jamás.

Reproduzco a continuación y por su interés antropológico fragmentos de la conversación con mis hombres, cinco o seis Martinis después:

Hombre 1: ¿En qué parte de la mujer os fijáis primero? (mirando como distraído a un cañón con vestido/desnudo y melena al viento)
Hombre 2: “Definitivamente, en los tobillos y en el cuello. No conozco una mujer de tobillos finos y cuello largo que no pase la ITV general”
Hombre 3. “A mí me vuelve loco el nacimiento del pelo en pico”.
Hombre 4:”Venga, no me váis a decir que no miráis las tetas, como todos!. Yo sí, aunque primero echo un vistazo a los ojos”
Hombre 1: “Por dios, mirad a ésa. Está buenísima”
Hombres 2,3,y 4 a coro.”¡Mejorando lo presente!!!!
Mujer (yo): Gracias, chicos, es un detalle. Y os recuerdo que esas zorritas son de pago.

Sí, sólo Mr Martini me ayudó a sobrellevar una noche que hubiera sido de pesadilla para la mismísima Scarlett Johanson. De la fiesta fuimos al Harry´s bar a enjaretarnos una copa y a brindar por la preservación del olimpo de las diosas. Y de ahí, dando tumbos, a un tugurio oscuro en tonos rojos y con tipos de mala catadura donde bailamos como peonzas y bebimos como cosacos, al ritmo de “Volaaaaaareeeee”.

Al llegar al hotel, y de madrugada, uno de mis hombres me quiso compensar fingiendo que entraba como un vikingo en mi habitación: “Venga, una copa más”. Y yo, muy digna:”Nooooooooo. Vete a dormir, monada”. Y él, con su pie plantado en el quicio de la puerta y sin dejarme cerrar: “Anda, asalta el minibar y cerremos la fiesta como se merece…”

Así terminó mi gesta, y aún hoy arrastro una jaqueca emocional de la que tardaré días en recuperarme. A partir de ahotra, jefa, pienso rechazar todas las ofertas de viajes de amor y lujo. Donde esté un congreso sobre el ADN de los ornitorrincos, bien lleno de científicas de gafapasta y chaquetas en tonos marrones, que se quiten los estrenos y sus alfombras rojas. Porque levantas una esquina y debajo sigue habiendo polvo. Más venenoso que el ántrax.