1. El multimillonario chino que compró el edificio España, Wang Jianlin, ha dejado de responder. En las películas del espacio el silencio sostenido suele ser catastrófico. En las parejas, también (leí ayer que hay una empresa dedicada a romper con los novios y novias por sms o con una llamada telefónica -servicio éste más caro, lógicamente-). Hacerse un Wanda, en adelante, es someter al otro a la tortura insoportable de la elucubración. A cocerse en su propia salsa. Dejar de coger el teléfono y de responder los emails. Desconectar los cables para que sólo el azar nos reserve la posibilidad de un encuentro fortuito donde hacernos los locos, si podemos. Al chino multimillonario se le han hinchado las narices con el Ayuntamiento de Madrid y sus exigencias respecto a la remodelación del edificio. Y en lugar de enfrentarse en una batalla dialéctica de altos vuelos ha cerrado sus oficinas de Madrid y se ha encerrado en el mutismo. Eso que descompone los nervios del más templado. Un wanda dispara la fantasía y el remordimiento incluso antes de la culpa. Es sibilino y zen. Mortal sin ruido de drama. Certero como un kate del arte marcial más refinado y elegante.

2.Ya estoy salivando ante la publicación de los volúmenes de ensayo de mi Robert (Louis Stevenson, quién si no). Tras “Escribir“, uno de mis libros de cabecera, llegan “Vivir” y “Viajar” (Páginas de Espuma). Continúa mi desafección por la novela, que imagino temporal, sin embargo. Desde Zona Wanda D. me recomienda “Sapiens. A brief History of Humankind” -“aunque no creo que te interese, tú eres más de novela”. Ya no, he cambiado, quise decir.  Tampoco bebo leche de vaca ni colecciono amaneceres como solía. Me conformo con mirarlos como se miran los milagros cotidianos. Ahora colecciono carteles de hospital. Advertencias funestas, gritos para que done sangre, protestas de enfermeros, convocatorias varias. Y cuento los pasos de esos pasillos mal iluminados donde no sale el sol, donde hay miedo y miseria.

3.Tarde de cine en Matadero. “En el sótano”, de Ulrich Seidl, muestra las perversiones, fantasías y truculencias que ocultan los sótanos de sus compatriotas austriacos. El documental te convierte en voyeur atento y alucinado que no entra en juicios morales pese a que ante sus ojos un hombre desnudo a cuatro patas obedece las órdenes sadomasoquistas de su esposa -“mi ama”-, una mujer acuna a un muñeco bebé hiperreal, un apologeta de Hitler recibe a sus amigotes con cerveza en un sótano plagado de esvásticas o una cajera de supermercado pasada de kilos explica su transición a puta sometida y se abre de piernas en un potro de ginecólogo ubicado en el baño mientras su cliente procede a un cunnilingus ataviado con arneses de cuero-. El efecto colateral, herr Ulrich,  es que salgas preguntándote dónde está tu sótano. Ese lugar real o imaginario donde sepultamos aquello que no podemos compartir sin ser juzgados. Nuestro yo más tenebroso y más libre.

4.Superado el blue monday sin lágrimas, me enfrento a un tuesday estándar sin miedo y sin verguenza. A la lista de defunciones musicales se suma el cantante de los Eagles y resuena Hotel California, ese himno que incendió la FM de mi infancia cuando aún no entendía las letras de las canciones y mucho antes de imaginar siquiera que pudiera ser un tema satánico. ¿Las canciones también poseen sótanos, recámaras secretas? ¿El diablo ha acogido a Gleen Frey en su seno?

5.Demasiadas preguntas. Corro a la ducha.