“En una revista femenina leyó un artículo titulado “El sexo es divertido o infernal”. Lavó su peine y su cepillo, quitó una mancha de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando por fin la operadora la llamó estaba sentada en el alféizar de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano inquierda”. Un día perfecto para el pez plátano. J.D.Salinger.

-Las palabras son muy importantes. Lo son.

Me lo dice la fisio, una nueva,  mientras estira con determinación mi talón de Aquiles izquierdo. Duele, duele horrores y me concentro en el mantra que me dijo mi hermano A., corredor de maratones. El más fuerte de mis tres calvos.

-Uno no es un verdadero runner hasta que no sufre una buena tendinitis.

En realidad, A. tiene una frase para cualquier sucedido en la carrera, del tipo: “uno no se oxigena bien si no escupe a menudo”, o bien “si puedes hablar, es que puedes correr más”. O sea, mueve tu cochino culo. Y entonces acelera y yo le sigo como puedo, y terminamos delante de un café con tostada, sudorosos y contentos.

-Las palabras son muy importantes, verás, porque nos ordenan el pensamiento, prosigue ella.

Divido a los fisios, masajistas y terapeutas manuales entre los que hablan y los que no. Debo decir que yo prefiero a los segundos, pero tengo una tendencia natural a hacer preguntas que sin duda se interpreta como una invitación a la confidencia. Te tocan, te hablan, y te estrujan la musculatura exhausta hasta que pegas un grito. Y te hablan, y te hablan.

-Uy, yo fuerza no tengo. A mi marido lo llamo Schwarzenegger. “Ven Chuachi, ábreme el bote de mermelada”, sigue ella, ajena a mi mueca de dolor.

Pienso que nunca he sido capaz de escribir a la primera el nombre del actor austriaco del tirón. Con suerte logré aprender a deletrear Nietzsche en COU, para aprobar filosofía. Hay nombres que se te resisten, hay hombres que se te resisten (a esos, puerta, diría mi amiga C.). 

Ahora ella se aplica en mi gemelo izquierdo y ha encontrado un hilo duro y rígido que persige con presión creciente. Auhhhh.

Pienso en Salinger. El sexo es divertido o infernal. Pienso que la fisio está pared con pared con el mayor sex shop de la ciudad. Que ahí al lado alguien se lo está pasando pirata mientras yo me retuerzo y gimo por razones bien distintas. Me tienta preguntar si para su Chuachinagger el sexo es “más divertido” o “más infernal”. No lo hago, porque es capaz de contestarme y exigiría un quid pro quo, como Anibal el Caníbal en “El silencio de los corderos”.

Pienso que todos los profesionales que te tocan el cuerpo son confidentes en potencia, y me asombra la simpleza de esta revelación. Temo meterme en jardines, en explicaciones que no voy a poder explicar..

 he llegado aquí con una llave mágica: “Di que vas de parte de N. y de K”. Y así lo hice. Pero lo cierto es que no conozco a N. y no soy tan amiga de K., aunque sí podría decir de él cuatro o cinco cosas, tal vez.

-¿Qué tal le quedaron los dientes a K? me pregunta ahora ella. (La pregunta es directa, exige una respuesta firme)
-Hummmm. Bien, creo que bien. Diría que no se le mueven.
-¿Volvió ya de Japón?

Se hace un silencio. No estoy segura de que K. haya estado en Japón, pero no querría delatarle, (¿y si se inventó lo de Japón para hacerse el internacional o para no volver?) así que finjo un sobresalto en el muslo, que ahora manipula, y respondo con vaguedad.

-K. tampoco conocía a N., sentencia la fisio.
-Nadie conoce a nadie.

Considero que debe haber un puente de unión entre los pacientes que esta mujer manipula y estira, reconstruye y repara. Una especie de teoría de los seis grados, pero con órganos, aparatos y sistemas. Imagino un simposium de afectados del talón de Aquiles. La oportunidad de comprobar que los dientes de K. no se mueven y de verle los gemelos a N., ese gran desconocido.

Salgo a la calle y paso sin detenerme por delante del sex shop.

“Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha”Un día perfecto para el pez plátano. J.D.Salinger.