Sin proponérmelo, mi pista de despegue se ha llenado de no ficción. Para dormir no quiero ahora mentiras, acaso las habituales que nos hacemos a nosotros mismos, acaso sin querer. Añado a Salvador Pániker y su cuarto volumen de memorias “Diario del anciano averiado” (Literatura Random House) con la excitación del hallazgo preconcedido. Compruebo que el primer cajón de mi mesilla alberga aún los décimos de lotería del año pasado. Me resisto a tirar la Fortuna, aunque sea improbable. Comparte espacio quincallero con un reloj que no funciona, un cargador de móvil roto y algún estuche de maquillaje medio seco. Ruinas caducadas que no saldrán en la guía del turista alternativo.

Conviene deshacerse de cuando en cuando de libros anodinos, de ropa interior con las gomas desgastadas, de compañías que si tú no buscas no te buscan. E indultar un poco de todo de la quema. Hay un extrañamiento en todo lo que ya hemos dejado sin dejar, como esos novios abandonados en la cuneta del olvido meses antes de la ruptura. Apunto en un margen de libro, ahora no recuerdo cuál, rematar el asunto del abandono como síndrome del patio de colegio. Te ajunto, no te ajunto.

La otra  noche, a un reputado emperador de lo social: ¿Y tú cuántos amigos tienes?, pregunté tras convencerme él de que probara un whisky con ginger ale que abandoné enseguida. “Muy pocos, yo trato con cientos de personas los que pero me conocen de verdad son mis básicos”. El fondo de armario de la amistad. Conviene no desgastarse en ruido, siento ganas de decirle, pero ya se ha girado y habla con mucha gente. Se puede ser sociable y selectivo, como J, un profesional avezado y sonriente que te transmite calor con la mirada y te besa la mano. “Eres una revolucionaria desde los 30”, me dice a propósito de una teoría sobre la revolución de los cincuenta. Me quedo pensativa.

 Otros no llegan a parlanchines de salón. O se defienden como pueden. “A mi lado, la escritora Carmen Riera, encerrada en sí misma, trata de ser simpática pero se le nota demasiado el esfuerzo. Probablemente sea una mujer voluntariosa y tímida”, escribe Pániker. Y luego glosa a los simpáticos sin esfuerzo. Yo no sé en qué bando estoy, socialmente hablando. Me gusta la gente, necesito encerrarme a ratos sin voces perturbadoras. Las niñas lo han aprendido y lo respetan, igual que mi siesta de los sábados. No respetan mis zapatos, ni mis bragas ni mis blusas. “No la he robado, la encontré en mi cajón”, escrime la reo habitual.

“V. querida, ya sé que eres más pequeña, pero esta canción te pega y deberías añadirla a tu “bonus-track” literario”, me escribe F. y leo de madrugada. Billy Joel me encanta, le respondo. No sé si fui revolucionaria a los 30, pero siento mucha querencia a los viejos temas y abisal desconocimiento de la música de hoy.  “She can kill with a smile, she can wound with her eyes/ she can ruin your faith with her casual lies/and she only reveals what she wants you to see. She hides like a child but she’s always a woman to me”, tarareo en silencio. 

Somos sociables para enfrentarnos al mundo. Sospecho de la gente que habla mucho, que hace ruido para no escucharse. Puede que porque sabe que no pasaría el corte. El ruido es como la pareja a veces, un subterfugio de compañía. Si te callas y el silencio se hace bola lo mismo estás vacío, o te indigestaste de hamburguesa con carne de perro. El poeta, el buen poeta, se busca en el silencio y hace una sinfonía, un haiku ligero como los yogures bio naturales que me han permitido en mi dieta alcalina. Las palabras que sobran no deben pronunciarse, y aún menos escribirse. Acelero los relatos de mis hijas para que se centren, y algo culpable pienso ahora si no estaré provocando algún tipo de tartamudez social. 

Me gusta Billy Joel, crecí con el Piano Man. Tenía seis años cuando sonó por primera vez, pero yo esperé unos cuanto más para descubrirlo, entretenida como estraba con Susanita tiene un ratón. “Ella es a menudo amable, y de súbito cruel”, dice el del Bronx. Suele pasar, amigo. Debo investigar el asunto de la revolución de los cincuenta ahora que me quedan dos años. Debo estar preparada para el despiporre, la pataleta, el corte de mangas, la crueldad extrema. Vuelvo a poner “She is always a woman“. Vuelo a la ducha.