Anoche las chukis se quedaron viendo Ágora, la película de Amenábar, fascinadas por un hallazgo insospechado: los cristianos eran los malos. Días antes Minichuki le había confesado a su hermana que ella ya no creía en ninguna “divinidad”, dado que los adultos la habíamos estado engañando desde que la convencimos de que un ratón se llevaba sus dientes. Para ella divinidad -sospecho- es todo lo que no alcanza la razón y hay que creer porque sí (intuyo que los padres estamos en el lote, pero no voy a preguntárselo no sea que responda).

Pero Minichuki, en realidad, está entregada a la causa mágica que sale de sí misma. Y así lo demostró la otra noche, cuando se presentó en el salón ataviada con: una pamela enorme, un maillot de ciclista, dos bóas de cabaret y un tutú de bailarina, todo sobrepuesto, y fue improvisando un rap en el que contaba cómo desde pequeña había ido rechazando los presuntos símbolos de feminidad por considerarlos una cursilada.

“Érase una niña que no creía en hadas, no le gustaban las plumas ni las faldas…” venía a arrancar, y en cada estrofa se quitaba una prenda y la lanzaba al aire con determinación en un strip- tease desbaratado y genial. Al final, se sacaba una gorra del sobaquillo y se la calaba del revés, para rematar su rap con un : “ella quería, quería ser rapera”.

Su hermana y yo aplaudimos con entusiasmo, y yo le rogué que me lo repitiera, cosa que hizo cambiando la letra para contar exactamente lo mismo. Intenté grabarla pero se opuso con firmeza. Sus performances son sagradas e íntimas. Como todo lo que rodea a la divinidad. 

Debo confesar que mi hija me dio una lección. Y me hizo pensar hasta qué punto los padres inoculamos los mismos virus que nuestros padres nos transmitieron sin pensar que quizás se han quedado descatalogados. Que la ilusión, esa palabra tan cursi, tiene más que ver con la capacidad de imaginar y no poner vallas al campo que con consolidar mentiras arriesgadas que tarde o temprano van a descubrir. Y que cada niño será dios en su olimpo, si es que le permitimos que se lo construya sin ñoñerías, sin tópicos absurdos.

Puede que las personas más creativas, más geniales, lo hayan sido a pesar de los adultos que los rodeaban. Y que igual esto explica que suelan encerrar algunos traumas, ciertos delirios o zonas oscuras que no encajan en eso que se considera el patrón de equilibrio.

Los cristianos son tan malos o tan buenos como los paganos de Ágora. Los indios tan crueles o tan épicos como los cow-boys. Los gays, tan listos o tan tontos como los heteros… Eso anda aprendiendo Minichuki sin que nadie se lo cuente.

Pero eso sí. Las bóas y las plumas rosas son una cursilada.