Desafectado Rostropovich,

A veces la realidad es los gestos con los que la encaramos. Usted podría haberme roto el corazón si lo escuchara sin mirar. Entiendo que es un genio y que la pasión en los genios se sobreentiende, como el valor en el ejército. Y sin embargo le miro acometer a Bach y sus gestos me parecen idénticos a los de un guía de museo que se dispone a explicar un tapiz holandés del siglo XVII.

Gestos. Ya me he rendido mil veces  a Glenn Gould, a su extraño taburete hecho a medida y a esa desesperación con que aporrea las teclas del piano. Ayer discutíamos en el muro de FB sobre la Semana Santa. Una vecina aseguraba que le provoca ansiedad. A mí toda pasión me puede. El fuerte olor del incienso, la esponjosa humedad de las torrijas, El Mesías de Haendel y las procesiones del silencio. No puedo sin embargo con la vis folclórica de las fieles de balcón que gritan guapa a la Virgen. Sí con la saeta cantada a pie de cruz.

Un amor sin pasión se me hace correoso, y ahí recibo las amonestaciones de esos seres equilibrados que aleccionan sobre la amistad y el cariño como garantía de perpetuidad. No me interesa, tal vez a los ochenta. Querría ser barroca hasta el final, y devenir neoclásica cuando mis pies estén cansados de subir riscos y caer en la cuneta.

Recuerdo una Semana Santa de procesiones en Málaga, con mis amigos M. y P. y toda la noche por delante. Recuerdo el dolor según avanzaban las horas y las calles y el gentío no daban tregua. Los golpes en las puertas que avisaban a los porteadores de que era tiempo de ponerse en pie y avanzar despacio y al son -pum, pum- y esos nazarenos tenebrosos con sus capirotes de serial killer de sacristía.  La iglesia recurrió a la pasión de Cristo como Glenn Gould a las Variaciones. Buscando el éxtasis que dejara a las masas desnudas y entregadas a sus pies.

Cuando el sentimiento nos devora y se desborda quedamos devastados y mudos. Algo se ha roto, una fibra que duele y tarda en recomponerse como la espalda latigada de ese hombre que camina hacia la muerte. No hace falta ser muy cristiano para commoverse, me parece. Una luz ténue, unos pasos renqueantes y esos golpes mientras un gitano entona un responso doliente y entregado.

Desafectado Rostropovich,  ahí os dejo burocrático y virtuoso. Me duelen otras llagas, entierro las lágrimas de anoche y saludo al sol con la promesa de un paisaje apasionado como pocos. Entre la playa de Lord Byron y un camino en la montaña que nunca sé a dónde lleva.