Mi querida Big-Bang;

Ver sólo a medias me permite mirar lo que quiero y obviar el resto. Lo del corazón que no siente es un refrán muy bien traído. Ayer me enzarcé por teléfono con mi amigo A., que se ha operado la nariz mientras yo me operaba el ojo. Fue como un viaje al asilo, los dos reconfortándonos de nuestros respectivos quebrantos, los dos regodeándonos en las miserias, con la tele puesta en un programa de gritones que hablaban de los detalles íntimos de una pareja mediática de gays infieles. “Mira, a ésos no los han metido en el quirófano pero les han hecho jirones el higadillo”, murmuré. Y el hombre, acostumbrado a ser perseguido por las cámaras, siguió a lo suyo. “Me estoy mirando la nariz y la verdad es que me la han dejado muy de patricio romano”. Pues eso.
Lo de la compensación de los sentidos también es un hecho probado. Cuando menos ves, mejor hueles. O lo mismo se te agudiza la malicia, el piloto para detectar segundas intenciones, envidias tiñosas y porculismos varios. Como los de la tertulia gay eran todos malísimos me eché a la cocina a ver qué podía resolver con tres elementos: un pollo de corral tieso, dos o tres patatas y una cebolla en perfecto estado de revista. El horno, ese gran desconocido, arrancó sin problemas y lo estuve adorando mientras atendía el teléfono como una profesional de la convalecencia. “Sí, verás, me han pasado un estropajo nanas por el ojo…No, creo que tengo un 50% de posibilidades de convertirme en Hellen Keller, la chunga aquella que gritaba como un demonio mientras la sufrida institutriz le daba por saco con el braille…”.
Así andaba, esta vez con mi amigo J., cuando empecé a ver un humillo sospechoso. ¡Te dejo, que el pollo se está chamuscando! A ver, mujer, ¿no le has puesto el albal encima? Y yo: ¿qué albal ni qué niño muerto, lo he puesto todo junto como se hace en Canal Cocina! Claro que ni tengo Canal Cocina ni un conocimiento profundo de los estadíos de cocción del pollo, así que lo bajé al mínimo y huí como un conejo al salón, a esperar el holocausto enganchada al teléfono.
Paro, que se me nubla el ojo y el entendimiento. Además, tengo que pensar qué puedo perpetrar hoy sin salir de casa y aprovechando el despertar de mis sentidos. Pásate cuando quieras que lo mismo he hecho un cocido madrileño completo, como la maruja que siempre quise ser. Y a las cuatro no me llames, que estaré enganchada al “Amor en tiempos revueltos” ése con mi amiga A-1. es lo que tenemos las intelectuales!!!