Observo con asombro que las películas para adolescentes enseñan maneras artificiales de ser urdidas en las mentes de los guionistas, coolhunters que van por el mundo con las antenas desplegadas para detectar el aire futuro de los tiempos como esos intelectuales del color se aventuran a elegir para sus sesudos comités que esta será la primavera del verde chicle. Ante eso, los diseñadores dicen amén y añaden que además iremos troquelados por la vida. Y tras agitarse la mezcla con algunos componentes secretos el resultado se llama tendencia.

Me gusta la moda y no pienso justificarme por ello. Entiendo que en su interior da cabida a toneladas de esnobismo y a dictadorcillos de eso intangible llamado estilo. Que en su nombre se venden zapatos a dos mil euros que hieren la sensibilidad de muchos, aún más en tiempos de crisis. Que sus propuestas para cuerpos irreales pueden irritar a la mayoría y acomplejar al resto. Pero todo eso no descalifica el arte que yace detrás de la fachada. Me parecen arte los bañadores con pedrería de Prada y de Dolce&Gabbana, los vestiditos marinos de Stella MacCartney, los baby doll con capita de Vuitton by Marc Jacobs y la colección íntegra de esos genios de Valentino llamados Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli (en la intimidad hablo de ellos como “Los Chimichurri” porque soy incapaz de recordar sus nombres)

Como temo al mamarrachismo más que a un nublao, el otro día visité a mi sastre. El de la chupa de cuero. Y remito al post para quienes no estén en antecedentes (http://notengoregreso.blogspot.com.es/2011/02/chupa-y-magrea.html). El hombre, de unos cincuenta, canoso, enjuto y con aspecto de haberse metido en vena toda  la Movida y haber salido victorioso, tiene una mirada penetrante y un verbo subordinado y sentencioso donde a una anécdota sigue la otra. Regenta una tiendecita taller cutre en el último barrio de modernos de Madrid. Sin concesiones al design, sin sillas Panton ni mesitas de Sarineen por las esquinas. Con una iluminación atroz y un espejito estrecho donde te pruebas las chupas que él corta y cose artesanalmente. El antiglamour mismo.

Yo llevaba puesta la chupa que me hice el año pasado, así que me pareció una buena idea entrar a saludarlo. El tipo me miró de arriba abajo, y sus rayos X se deleitaron en su obra, que reconoció al instante.

-Las chupas mejoran con el tiempo. Está preciosa… Verás, ahora estoy haciendo un catálogo y lo mismo podrías posar para una foto. Yo fui fotógrafo antes que sastre, ya sabes… Y las mujeres reales están entre tú (mirando a mi querida A., que me acompañaba) y tú (a mí, un poco recrecida por efecto de los tacones). No son esas escobas de dos metros que no me sirven como modelos.

Ser catalogada por un profesional de “mujer real” le quita mucho dramatismo a tus complejos. Ya no serás Giselle, ni niquiera Kate Moss en horas bajas, porque ojo de águila acaba de colocarte una etiqueta tan precisa como sus puntadas. Eres una mujer real y le recuerdas el varapalo que te pegó cuando, tras tomarte medidas en partes inusitadas de tu cuerpo, decidió que tenías tres tallas diferentes, y una de ellas era de mujer cañón.

-¿Que yo te dije eso….no? A ver… (invitándome a girar sobre mis botas) ¡Joder, menuda espalda! Pero está muy bien mujer, y ese culo… Te quejarás!

Los piropos del sastre son tan sinceros y tan poco libidinosos que te descolocan y te da la risa. Lo miro y veo a un artista que no sabe qué es eso del comité del color ni que esta temporada se lleva la piel con troqueles. Ni falta que le hace. Él investiga los cuerpos y hace cazadoras que se ajustan perfectas a las asimetrías, las cinturas anchas, los hombros estrechos. Y eso también es arte, aunque no sea tendencia. 

Justo antes de salir, mi amigo nos regala lo que está a punto de crear. Una revelación de cuero. “Quiero hacer un mono como el de Kill Bill, pero distinto…” murmura, y nos da una última repasadita por el cuerpo justo antes de salir a su pasarela privada. Una callecita estrecha donde te puedes comer unos buenos callos en la taberna de al lado, ya que no eres una top model ni falta que te hace.