Encontré una vieja moleskine garabateada con mi letra de ayer. Otra letra, que no era la mía, había escrito: “Palermo en Semana Santa, digamos el 4 del 4“. La misma letra me sugiere “Fuga sin fin“, de Joseph Roth, y me dibuja un bosquejo de mapa amorfo donde pone “África“. Lo más parecido a un mapa del tesoro.

Dos páginas antes, mi letra: “Retirarme al campo, esconderme como anticipación de la muerte y supresión de la vanidad”. Y una página más allá: “Sin vesícula, limpio“.

La intriga del diario de tu hermana, pero fisgando el tuyo de ayer. No siquiera un diario, anotaciones a vuelapluma, garabatos, paso del edding azul al pilot negro.

Y ahora una dirección: “Pensao Amor”. Rua do Alecrim, 19. (La busco en Google, precipitadamente. Abigarrado restaurante con aires de museo y barroquismos varios. Cortinajes, brocados y lámparas, terciopelo en las butacas. La sensación de que no he estado nunca pero me quedé muy cerca. Más Lisboa).

De pronto, recuerdo. Sancha la portuguesa en un avión de vuelta de Puerto Rico dictándome direcciones imprescindibles con su acento fadista y sensual. Debía comer el helado de fresa y caramelo de Santini en Chiado y cenar en la Taberna Ideal. Ignoro si lo hice, si traicioné su animosa generosidad con mi escasa diligencia. Era ayer, pongamos 2012 o poco más. Ni una sola fecha entre esas páginas.

Pensao Amor. Lisboa

“En España hay veneración por los rones oscuros, dulces…El mercado te orienta y te bloquea”. Y al final: José Sánchez Gavito, maestro ronero. Bacardí. (Pienso en Lágrimas Negras, irremediablemente. En Bebo Baldés y El Cigala)

“Sufro la inmensa pena de tu extravío,

siento el dolor profundo de tu partida

y lloro sin que tú sepas que el llanto mío

tiene lágrimas negras

tiene lágrimas negras como mi vida”
.

El pasado en una moleskine es más pasado. Huele a humedad con moho, a largos vuelos de avión con pasaporte y sello azul o rosa oscuro. Las voces se mezclan, cogen cuerpo, no como esas notas de hoy en el teléfono que mañana morirán en tus descuidos y se dará por bueno. Una explosión demoledora y el olvido.

Shingo Gokan, apunté entonces. ¿¿Y ese quién es??

La escritura manuscrita, la manuescritura, es añeja como el ron dulce. Pasa el tiempo y se transforma. Nostalgia de anotaciones rápidas, de subrayados tercos y cierta incoherencia que hoy sugiere un acertijo. la misteriosa identidad de ese hombre que dibujé en trazos breves, angulosos, con un “no tiene la green card seis años después“. Y justo al lado: polvo de té verde.

Polvo de té verde. Y una tarjeta de Calvin Klein Milán. Aquel viaje de trabajo.

Viajes. El poso común de la libreta son los viajes. Hay listas de equipaje, algo así:

Botas, chupa de cuero, Melatonina, Atarax. Depiladora… (Me río de la intención de J. Quiere ser talibán y quemar todas los los centros de depilación láser como primer acción revolucionaria. Chamuscar a los de los pelos chamuscados. A los asesinos del monte de Venus de todas las Venus del planeta. Sin Venus no hay evocación. Sexos de niña púber. Activismo o muerte).

Me propongo rescatar todas mis moleskines del ayer, revolución pendiente. Antes de que otro los encuentre y quiera interpretarme sin recato. África, es mi deseo y mi destino. Un poco de Palermo, pongamos que en abril. Y ese Chiado que ya olvidó las brasas del incendio con el frío de un helado de vainilla. Y volver a pasear por San Juan, mi alma al trote del cementerio desmayado al mar, o el malecón. ¿Había malecón o había luna y esas ranitas coqui le bailaban el agua?

Un avión urgente, eso preciso. Debo buscar entre las pistas que me escribí ayer sin pensarme destinataria. Asombro, curiosidad, polvo que me hace estornudar al paso de las páginas.

Y en la última, sólo una dirección: Padre Damián, 23. ¿Sería un médico?

Después, el vacío de más hojas en blanco que ya no rellené. Lo di por bueno. Después vendrían muchos viajes. Ahora sueño Marruecos, no sé por qué. Apunto contigo.