Cinco personas de mi entorno cercano acuden a la misma clínica ginecológica. El boca a boca, pensaréis.

(Pero en el ginecólogo a la boca no se le ha perdido nada. Hay otros órganos más protagonistas)

Hasta que hace unos días fui yo en calidad de acompañante. Hora y media en una sala de espera convencional. Varias puertas de las que salían enfermeras y un trasiego de mujeres a punto de quitarse las bragas. El sujetador. Subirse a los potros con estribos de acero congelado. Responder a la pregunta de cuándo fue la última regla. Abrirse de piernas sin ganas. Bajar el trasero al borde de la camilla. Encogerse al sentir el trasiego alborotado de espéculum y manos tomar muestras del fondo sur de la vagina. Respirar. Volver a ponerse la ropa interior, esa coraza. Subirse los pantalones. Abrocharse la blusa. Recuperar la dignidad.

Y entonces salió él.

Dos metros de ¿ginecólogo? recién escapado de la pasarela. Moreno, rondando los cuarenta, encantado de haberse conocido. Perfecto para un anuncio de Coca-Cola. En bata blanca, me pareció, pero no estoy muy segura. Ancho de hombros y estrecho de caderas. Mi amiga y yo nos quedamos calladas. Discretamente. Él pronunció un nombre, paseó su mirada de sol por esa sala  y enfocó en una mujer que ya se dirigía a él con sonrisa bovina. Salió poco después con los ojos encendidos.

-¿Pero ahí hacen mamografías o es una cámara oculta para grabar un proceso de excitación general de adolescentes a abuelas con un señuelo infalible?

Una mamografía, para los hombres que paráis por aquí, es un aplastamiento a una presión insoportable entre dos planchas duras donde una tiene la sensación de no volver a recuperar jamás la forma natural de sus pechos. Y encima te los fotografían. O sea, que quedan pruebas para la posteridad.

Pero ese dios tenía lista de espera y juro que ni una sola de las señoras y señoritas que atravesaron esa puerta salió con cara de haber sufrido ni un poquito. Todo lo contrario.

Revisión gicecológica

Me planteé seriamente cambiarme a esa clínica, pero luego pensé que la técnico que me tortura habitualmente tiene su encanto. Un encanto aséptico y carente de toda compasión. “Yo también tengo pechos”, parece decirte cuando te los coloca con firmeza y aplasta con saña indisimulada. Y te duele, pero te haces la valiente porque a las mujeres nos han enseñado que los primeros órganos del placer pagan su impuesto revolucionario en el taller de las revisiones.

Mi ginecóloga es una borde. Sí. Una teniente alférez cuyo mérito es conocer el mapa de mi intimidad desde hace más de quince años y cierta sagacidad para detectar anomalías. Sus dedos ya no me atemorizan. Pero reconozco que siento cierta angustia cuando paso a su consulta con meses de retraso sobre el plazo anual reglamentario.

-Te tocaba en enero. Estamos en mayo.
-En serio? No había caído…Estoy muy liada.
-Ya, pues un día te llevarás un susto. Esto hay que tomárselo más en serio.
-Por favor, no me regañes que ya vengo regañada.
-Es tu salud, no la mía.

Y pienso: “No te jode”. Pero no lo digo porque temo que, tumbada y abierta ante sus fauces me pellizque como por un descuido, o me aplaste el pecho izquierdo buscando un bulto inexistente. O me raspe con saña con el bastoncillo de la citología. O me castigue como a una niña pillada en un renuncio.

Y me pregunto por qué las mujeres asumimos tanta falta de delicadeza con la excusa de la salud. Por qué no protestamos con pancartas. Por qué nos separamos de nuestro cuerpo para no sentir cuando nos abren en canal, la desvergüenza, el desgarro. Y nos quitan las bragas sin pasión. Y nos presionan las mamas sin cariño. Y nos sentimos reses en una sala de despiece. Y es todo supernatural.  Todo por nuestro bien. Y es una mierda.

Y en esa clínica sin duda se han dado cuenta y han contratado a un modelo, un figurante. Y al día siguiente convoqué reunión de urgencia con las cinco que van como pacientes, y esto es lo que escuché.

-Yo me quedo muda cuando entro y me coloca las tetas con cuidado. Y me dice: “Están muy bien”.
-Ay el primer día que le vi, ¡no me salía la voz, de los nervios!
-Pues mi novio me esperaba en la sala de espera y cuando me preguntó qué tal no quise darle los detalles.
-Menos mal que solo hace las mamografías, porque sería mucho más duro que te mirase entre las piernas…

Podría escribir un libro de relatos ambientado en el ginecólogo. Una cámara fija, tal vez. Manos que van y que vienen, mujeres en un potro, piernas abiertas, pechos al aire. Miradas de temor. Máquinas infernales. Desnúdate. Vístete. No respires ahora. Debes palparte en la ducha. He encontrado un bulto sospechoso. Mañana te harás ecografía. Ponte el sujetador. Relájate. Si todo está bien, nos vemos al año que viene…

Y quien dice un año, dice año y medio… Salvo las que van al doctor Macizo, que apuran y regresan a los nueve meses. Que las mamas las carga el diablo.