ESPOSA: ¿Todos los peregrinos mueren de diarrea?
PROFESOR: No te pongas empírica, por Dios santo. Es una manera de hablar. Tal vez no lo sepas pero ya se inventó el lenguaje figurado. Me vas a matar de literalidad.
ESPOSA: “El filósofo murió de muerte literal” ¿Cuál es la muerte más digna para un filósofo? Si un cardiólogo debe morir de infarto, ¿de qué debe morir un filósofo?
PROFESOR: De un argumento.

Este es uno de esos dialogos deslumbrantes de la obra “El filósofo declara“. Y no he tenido que buscar demasiado porque el borrador está plagado de piruetas de esgrima verbal con altas dosis de humor inteligente que, de no estrenarse en algún teatro español, sería un atropello (una visita breve a la cartelera convence al menos escéptico de que sí, muchas veces se estreña bazofia con coartada de humor de sal gorda, con actorcillos famosos por series de televisión mediocres o temas oportunistas que devienen fantoches con telón).

Rebobino. Tuve la oportunidad de asistir el otro día a la lectura dramatizada de “El filósofo declara”. Adaptación de la obra del escritor mexinaco Juan Villoro, dirigida por otro Juan, de apellido Morali, que ama el teatro como a sí mismo. Una sala de Lavapiés, unos pocos invitados y una representación que nos dejó absortos desde la primera frase hasta el fin. Sólo abandonábamos el trance para reír asombrados del humor con escalpelo de un libreto que habla de muchos temas, como capas de cebolla, y que busca productor.

BERMÚDEZ. Las universidades no son lugares de encuentro. Son lugares de representación, teatros de la vanidad. Un campus nunca es un campo. Eso lo debes saber tú, que eres novelista bucólica.

Dos filósofos rivales se reúnen años después de que el uno se haya entregado a la libertad de pensamiento y el otro al marketing social. El primero, casado con la mujer que fue amante del segundo,  vive modestamente como escritor de ensayo. El otro ha escalado a la cumbre del mamoneo representativo. El cargo en la tarjeta. Ha vendido su alma. El uno se atormenta en una silla de ruedas y maltrata con las palabras como látigazos sadomasoquistas a su fiel Clara, que le anunca la visita del fantoche y abre así la caja de Pandora.

Rodolfo Cortizo

(ESPOSA: Oye, ¿quieres que te lama la suela de los zapatos?)

Cuerpo y mente. El ser y el parecer. El amor y el flirteo banal. El poder y la sumisión. Y así podríamos seguir alargando la lista de términos antitéticos que se desgranan en la obra y que sólo dejan de sorprenderte cuando te enteras de que el padre de Villoro es un reconocido filósofo e intelectual mexicano. O sea, que el escritor se ha criado entre parámetros comparativos, teorías hegelianas, fundamentación presocrática y todos los acceorios imprescindibles para enhebrar un discurso cargado de crítica social que no deja títere con cabeza y que, tras zarandearte durante hora y media, te obliga a salir como un zombie a la calle en busca de oxígeno para comprender que, mientras te reías de la agudeza despiadada de esos diálogos, te estaban machacando el hígado.

(PROFESOR. Vivimos en un país experimental. Los mandatarios abren un libro y sienten vértigo. Padecen laberintis ideológica. Les preguntan cuáles son sus convicciones, qué ideas defienden, qué marco teórico los respalda y sienten que la tierra se abre.)

Juan Villoro

Juan Morali ha puesto en escena con gran solvencia a cinco actores a los que vi representar una obra, aunque fuera una lectura dramatizada. El protagonista absoluto, el profesor, encarnado por Rodolfo Cortizo, uno de esos actores que salen al escenario y se lo beben todo con su presencia y una voz tan bien engrasada que piensas que nació para el papel y por fin lo ha encontrado.

Espero que esta obra termine en una sala con público que ha pagado su entrada.  Que un  productor inteligente que sepa ver que todos necesitamos digerir calidad sin grasas saturadas. Que entienda que no es una representación para intelectuales, aunque algunos -los farsantes gafapasteros- salgan malheridos del combate. Que se dé cuenta de que pensar y disfrutar no son antitéticos. Que hay vida más allá del vodevil.

Y que el talento merece un palco bien orientado y el aplauso de un público que jamás es tonto, pero que a veces finge serlo para sobrevivir.

PROFESOR: En la Academia predomina la disfunción eréctil. Cinco de cada tres miembros la padece.
ESPOSA: ¿Cinco de cada tres?
PROFESOR:Tienen un sobrante metafísico, para penes futuros. Penes que aún no reclutan.
ESPOSA: ¿Por eso no desea entrar en la Academia?
PROFESOR: Abusé de las grasas animales. Mi sangre se espesa. Mi cerebro está mal irrigado. Mis neuronas se aíslan. Hay regiones a las que no puedo llegar. Mis dos cabezas han muerto: la de la mente, la del sexo…