Así que el problema no es cómo evitar que cobren vida las cosas que deben ser neutrales, inertes, indiferentes a mi existencia. Mis viejas soluciones: “la cultura”, mi mente, mi pasión por el pensamiento, por el arte, por la distinción espiritual+ética“. Susan Sontag. La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, 1964-1980. Literatura Random House.

El catrastofismo se ha instalado en mi hogar. “Es el fin del mundo, mamá, es el fin“. Mi adolescente, que siempre fue un poco Teófila Necrófila, cree que el ébola es el apocalipsis, y lo dice cada noche mientras su hermana, que juega al fútbol con la maquinita, le dedica un reojo displicente y luego a mí un interrogante como diciendo: ¿Vamos a palmar o no?.

La cosa no tiene ninguna gracia, sobre todo si nuestra salvación depende de la gestión de Ana Mato. De ahí que anoche me fuera a la cama aún más pronto que de costumbre y me lanzara a por Susan Sontag, cuyos diarios leo a saltos porque me asfixian con sus listas interminables de inseguridad, miedo, fragilidad y desolación eróticosentimental. Su crudeza es tal que me pregunto cómo se habrá sentido su hijo, David Rieff, al leer y poner en orden estos textos deferoz intimidad que no querría yo leer de mi madre ni que leyeran mis hijas. Aunque bien mirado una vez muerta el pudor se pudre con los gusanos de turno.

Confiesa Sontag que durante un año, a sus trece, llevó las Meditaciones de Marco Aurelio siempre consigo en el bolsillo. “Tenía tanto miedo de morir -+ solo ese libro me dio algo de consuelo, alguna fortaleza. Quería tenerlo conmigo, poder tocarlo en el momento de mi muerte“. (Debo fisgar el cuarto de mi hija mayor para comprobar sus lecturas).

El ébola nos enseña que las barreras que no vemos no son tales. Y si tienes la suerte de no ser hipocondriaca, miras el televisor como una película de ciencia ficción donde unos tipos envueltos en trajes lunares y escafandras se aprestan a fumigar un cuarto, un pasillo, un edificio completo. Y te preguntas qué devastadora es una guerra química. Y piensas en Siria y en un conflicto que cada vez ocupa menos papel y menos preocupación porque un virus letal se ha apoderado de los titulares del primer mundo. Y lo comprendes.

“Una reunión de mucha gente es una fuente de ébola”, me escribió ayer por wasap mi querido U., que está literalmente acojonado (con perdón). Yo me encontraba en la clásica reunión de comienzo de curso de Minichuki, haciendo esfuerzos por contabilizar el número de padres frente a la avalancha de madres. Éramos el 90%, sin duda, y alguna hacía preguntas típicas de madre full time: “¿El día 29 es festivo, como pone en la agenda escolar? o ¿pueden llevar los niños folios en lugar de cuadernos, que pesan mucho?

Me pareció que las preocupaciones son diversas como el ser humano. A algunos les agobia el fin del mundo (mi ado) a otras tener a mano a Marco Aurelio en caso de muerte súbita (Susan). A otras el peso del papel en la mochila de sus hijos (madres focus on)y a mí soportar las tonterías con cara de me interesa que te mueres, mientras devoro a la pobre Sontag para sentir que tengo mucha suerte de no ser tan maldita y que es posible que no esté tan alejada de esas madres del colegio, después de todo.