Guy Kawasaki

“Hay que contratar a gente que sea mejor que uno mismo”.

El otro día D. me puso sobre la pista de un tipo para mí desconocido llamado Guy Kawasaki. Un crack de las startaps, un inspirador de patrones empresariales de éxito. Un flautista de Hamelín del márketing capaz de encabezar una estela de 10 millones de followers a los que imparte lecciones de know how que en realidad son lecciones de vida. “Es un fenómeno, empezó con Steve Jobs…”, me dijo D. 

Me metí en cuanto pude y leí el resumen de la charla. Hay que contratar a gente mejor que uno mismo, decía, y me pareció que pocas veces sucede. El jefe, el jefe mediocre -hay muchos- tiende a asegurarse de que nadie le pisará, le pondrá en un compromiso de talento. Arriesgará su rol de macho de la manada. El miedo y la inseguridad hacen equipos timoratos, gente que no nos pondrá en un apuro, castrati dispuestos a decir amén a cualquier gesto del líder. Obedientes que languidecen en un jarrón al que nadie le cambia el agua.


Rodearse de mejores. Esa es la clave. Las personas más hastiadas que conozco tienen entornos laborales poco nutritivos. Se han agostado. Ya no pueden dar más, están esquilmados, y nadie los nutre. Eso mismo sucede en las parejas, en muchas parejas. Uno da, el otro recibe. Y cuando al primero se le hinchan las narices o se le acaba el maná entran en un estado de gravedad flotante donde se limitan a mover sus cuerpos sin apenas chocar. Y se dan las buenas noches con alivio.

“Ahora toca ampliar la plantilla, pero con gente que ame lo que hace
el emprendedor, para lo cual hay que ignorar a quien no sienta de esta
forma, por muy buenas credenciales académicas y profesionales que
presente
“.
Brillante, simple, puro sentido común, pero qué habitual es nuestra ceguera ante un currículum apabullante. El mundo está lleno de tontos con idiomas. De desapasionados con máster. De aguiluchos sin vocación de nada que no sea zamparse la carroña de las bestias que otros cazaron. Kawasaki, un tipo sonriente y seguro, al menos eso parece en las fotos, habla de “evangelizar” y no da miedo. Contagiar el entusiasmo por un proyecto es un trabajo duro que no admite desfallecimientos. Se trata de creer o no creer. 

“No hay que dejar que nadie le diga que esto o lo otro
no se puede hacer. No hay que escuchar a los derrotistas porque,
entonces, la idea empresarial nunca saldrá adelante”.
Leo y asiento. No hay nada menos sexy que un perdedor haciendo apología de sí mismo. La derrota autoinfligida, me parece, es un nicho seguro para algunos. Una tumba.

Me quedo con las ganas de saber más. Anoto algunos títulos publicados por él: “El arte de empezar”, “Cómo volver locos a tus competidores” o “Reglas para revolucionarios“. Hago la lista mental de personas que me rodean y son mejores que yo. Me salen unas cuantas; en el trabajo, en la amistad y hasta en mi propia casa. Alegría!


“Todo empieza con hacerse tres preguntas básicas: qué necesita la
gente, si la forma de satisfacer esa necesidad es interesante para las
personas y si no hay una manera mejor de hacerlo”.
Simple, muy simple. Los pomposos vendemotos que se aseguran de que tú no entiendas lo que dicen encierran mucho miedo. De tu confusión depende su futuro.

No hay nada tan satisfactorio como conversar con seres brillantes, aunque a veces tarden meses en hablarnos y en darnos una pista necesaria. Gracias,D.