“En China hay mujeres que saben amar. En la biblioteca de Kien solo hay un tigre, pero no es joven ni hermoso y, en vez de una piel radiante, lleva una falda almidonada“. Elias Canetti. “Auto de fe”.

Hay hombres presuntamente modernos que siguen prendidos por los pantalones, sin saberlo, a la idea de la geisha. Una mujer sumisa y atenta a dar placer que jamás confesará qué desea, sino que se deshará en contoneos que ocultan más de lo que muestran, y cuando gima y suspire estará dando un espectáculo. Tu placer es mi placer.

Una trampa del lenguaje. (Tu placer es mi espectáculo, pensó él)

Siglo XXI. Un hombre le dice a su amante que en el sexo es “como un chico”. Ella se ríe y se turba. Pero nota que no le hace la más mínima gracia. Ser tigre con falda almidonada, de eso se trata. Una mujer Canetti, con la piel no tan radiante, curtida en mil batallas perdidas de antemano.

Los lapsus tienen esa capacidad de abrir la caja de las tormentas. Mi amiga M. confiesa que es incapaz de seducir a su pareja. Más bien de iniciar el ritual de seducción, por miedo a ser rechazada. Así que se las compone para lanzar señales tímidas como bengalas mojadas de barco. “¿Y qué pasa si te apoderas de su cuello, trepas hasta el lóbulo de su oreja y susurras eso que estás pensando?”, quiero saber. “A veces se sacude casi con violencia y me pide que sea más sutil”, responde ella.

Parece que la sutileza es una cualidad femenina. Qué aburrido. Nos hemos trabajado las capas externas de la cebolla, pero en el interior siguen intactos los tics del cortejo clásico. Hay, como en la sintaxis, un sujeto paciente, que suele ser ella y debe esperar. Y un sujeto activo al que no se le permite el cansancio y que cuando manifiesta que es tarde y quiere irse de la cama desencadena un ligero estupor, una decepción apenas perceptible. Tan antigua como un papiro egipcio.

Colecciono, ya sabéis,  estampas que componga y cuestionen el puzzle de la modernidad. Y se me ocurre que no hay nada más contemporáneo que manifestar los deseos sin tener la necesidad de poner mohínes, fabricar suspiros impostados o esperar que el tigre -joven o hermoso- se abalance sobre tus faldas y dirija el baile por el laberinto.

L. contaba los relieves de los músculos de su joven amante, recorriéndolos en una cadencia sostenida bajo las sábanas. “Uno, dos, tres…diecisiete”. El hombre resumía el compendio de la fantasía de la mujer madura. Pero no la hizo tan feliz. Ahora ella se plantea si llamarlo para un segundo asalto, pero una fuerza interna se lo impide. “Soy orgullosa, ¿y si no quiere volver a acostarse conmigo?”.

Así podría estar un mes, dos años, la vida entera. Preguntándose por qué él no hace lo que presuntamente es cosa de hombres. Dudando si saltar a China y reescribir sus mapas o almidonar la falda mientras suena el tictac de un reloj y el deseo se apaga y se atempera, para dar paso al relato de lo que no fue. “Ponle un Whatsapp, le sugiero. Es el tantán de los cobardes”.

-¿Y si me dice que no, o no contesta?

Si te dice que no prepárate un café bien cargado, pon otra vez “Kind of Blue” de Miles Davis, saca una cebolla y ve desnudándola despacio, hasta llegar al núcleo central. Allá donde residen los rituales de los viejos. Recuerda que estuviste allí, de allí partiste.

Y deja que la mujer Canetti baile sola. Y permanezca cruzada en una cama, con un brazo orientado al infinito y el otro empuñando la daga que mató a la geisha dos minutos antes de degollar a un tigre. En la China. Sí, en la China.

No eres tan moderna, ¿sabes?.