Para mí la precisión es la verdadera fiesta. Con ella podemos dar idea exacta de la tristeza y la felicidad. Es un cristal“.

Encontré a Jean Echenoz, ese señor que escribe, toca el contrabajo y huye de los onanistas círculos literarios, espartano y preciso en su entrevista del pasado domingo en El País Semanal. La idea de la exactitud, que combina mejor con la ciencia, con la horología, llevada a las palabras siempre me excita. A menudo uno no sabe quién es hasta que no lo dice o lo escribe, lo despoja de piruetas y rebabas y lo deja descansar, secarse al sol. De ahí el hallazgo del diván. De la terapia como búsqueda del yo y no sólo como cura al desvarío.

(Bla, bla, bla)

Las palabras no son gratis, les digo a menudo a las chukis, y me miran con ese asombro suyo inundado de cruel escepticismo. Ellas, que están convencidas de que su madre es una tacaña, prefieren que ratee el lenguaje que la paga del domingo. A veces me sorprendo forzándolas a buscar un sinónimo o a desliar una subordinación nerviosa e ininteligible y el reto suena a tortura. A concurso de la tele sin saca final. Pero mi intención es que aprendan que el discurso es mucho más crucial que el pelo, que la mayor se plancha con fruición frente al espejo esas mañanas en que las tres litigamos por dos baños.

Jean Echenoz

(Para hacerme rabiar mi adolescente le mete una patada al diccionario y luego se fuma un puro. Con su melena lisa, eso sí, y sus jeans desafiantes, la mayoría de edad irrumpiendo por la blusa, por las costuras de su impertinencia, por la puerta que cierra en mis narices).

Yo sé cuando estoy cansada porque  la palabra que busco se vuelve esquiva, y el cristal de Echenoz estalla y echo sangre por la boca. Y en lugar de corrección me sale concrección y entonces callo y me dejo estar, desmadejada.

Conviene dejarse estar para escribir, eso he aprendido. Hasta que con el sueño bondadoso los cables se conectan otra vez, y chisporrotean y brota de la chistera un término que perdiste el otro día, y es un  alivio, un perdigón certero, una alegría.

Yo intento siempre dirigirme a cualquier cosa que me pueda parecer
importante evitando adverbios, pero prestando atención a los detalles
“, prosigue Echenoz. Evitar los adverbios me parece muy sabio y conveniente. Como evitar las minas del territorio bélico. También, añadiría, resulta práctico sortear los gerundios y palabras cursis como “magia” o “ensoñación” si no van contrapesadas. Y cuidar el abuso de esas palabras tofu como “energía”  tan afines al hierbas sin sostén cultural.

Y, ya puestos, rechazar la primera opción de adjetivo, la más obvia o inmediata, para acompañar al nombre. Y medir, y cortar, y hacer de la frase una fórmula, una ecuación. (“Y rechazar  de paso al primero que llega y te halaga y te envuelve y utiliza un discurso de saldo para calentarte las orejas, las piernas, el mapa vanidoso de tu cuerpo y dejar frío el corazón”, les diré a las chukinas un día)

“La elección de un tipo
de té concreto puede desvelarnos muchísimas cosas, puede definir un
personaje mucho mejor que cualquier psicología, eso no me interesa nada
por ejemplo”
. Creo que leer a Echenoz es el mejor curso de escritura. Un antídoto contra la vulgaridad, contra la repetición. Un tamiz necesario por el que debería pasar a mis post para limpiarlos, despojarlos de arena y conservantes,  y lograr que al fin brillen las vetas del cristal.

Y después, sólo después, fumarme un puro dejándome estar, valga el gerundio. Eso tan conveniente.