Querida Big-Bang:

Cuaderno de bitácora. Segunda noche en blanco.Una fuerte tormenta azota mis meninges. Rumbo norte-oeste. Atravieso el colchón con un golpe de muslo/viento que ya lo querría para sí la Chelito del cabaret. Engaño al edredón y fijo la vista en la lámpara, por si aparecen los malos. Me dejé una puerta del armario entreabierta y eso a las locas nos desestabiliza mazo. ¿Me levanto, no me levanto? Si vuelvo a mover media articulación el cerebro se pondrá en marcha, loco de excitación, ante el reto de meter la manga de una camisa dentro y cerrar como dios manda. No pienso darle el gustazo. “Marejada, marejadilla, fija la vista en la bombilla…”. Duerme.

Cuatro de la madrugada. La bombilla es como la magdalena de aquél. LLevo tres historias imaginadas, a cual más retorcida. No estoy segura de si son sueño o elucubración. En una de ellas mi amiga N. llega a casa con mi ex novio, que ni me saluda. Se sientan, habla ella, él coge lentamente la taza de café y, como en estado catatónico, pronuncia: “Nuestro amor fue una taza de café y un periódico en un bar”. Yo me encojo de hombros, incómoda. N. me mira y dice:”¿Y te parece poco?”.

Recuerdo la paz de leer el periódico en pareja. Cada uno el suyo, cada uno su café. Cada uno su armario y su lucha con el sueño. O contra el sueño. Dormir poco me vuelve irritable, hiperestésica, pero ya dejé las pastillacas y la droga más dura que guardo en mi zulo se llama Dorminida. Con eso tan flojo y tan cursi no se me duermen ni los pies. Al menos si se llamara Dormidona…

Dormir en pareja es chocar con sus pies en el colchón.

Cinco de la mañana. Imagino lugares del globo donde ya ha salido el sol. Salto de la cama, hago un corte de mangas al armario, me encojo de frío y pongo la cafetera bien cargada. “Cuando te despiertes no hagas nada estimulante, ponte a limpiar zapatos”, solía decirme el Richard. Va a limpiar zapatos tu puta madre, murmuro. Limpiar zapatos no entra entre mis actividades cotidianas. La verdad es que no sé si los llevo limpios, pero me llaman la atención los hombres que brillan por debajo. Un tipo que lustra el cuero de sus zapatos es un tipo detallista que te regalará bombones por San Valentín. Desestimo la idea por empalagosa y por improcedente.

Cinco y media. Tengo el cuerpo de corcho y los dedos frenéticos. Huele la madrugada a metal y mi cuerpo lucha en franca desventaja con mi cerebro. Ningún pensamiento digno de mención. La pared está mugrienta, el reloj adelanta, la planta pide a gritos un vaso de agua o, al menos, un escupitajo generoso. Levántate y anda.

Si me pongo a hacer planes, estoy perdida. Una mujer con planes es una bomba nuclear. Sobre todo si ejecuta. La última vez que hice planes a cascoporro y de madrugada las chukis sacaron sus pancartas reivindicativas y se pusieron en huelga: “¡No puedes poner la tele y sentarte, como hacen todas las madres?”. A las chukis no les mola nada ser distintas. Quieren una madre que cocine un primero y un segundo, que se siente a hacer los deberes y deje de dar por saco con las palabras y su significado.

Seis de la mañana. Amo el silencio roto por el motor de la nevera. Afuera ya hay trasiego de autobuses y gente con legañas. Podría hacer grandes cosas por la humanidad: depilarme las cejas, subirme a los steps, quemar las tostadas o escuchar a Francino.Ah, no, que ahora está el matao del ayudante. Ese tipo con voz de viejo que no pasa de los 35. Pero cómo madruga, el tipejillo! Bien pensado, podría sugerirle tomar café con insomnio y azúcar. Sin hablar, naturalmente.

La acidez del café es como un clavo oxidado. ¿Y si fundo el club de los insomnes tuertos? Podría admitir incluso a bizcos y estrábicos, que a generosa no me gana nadie. “Con un ojo veo la Sexta, y con el otro Telecinco”, dice el cachondo de Trueba. La vida estrábica te permite dormir con uno y desafiar la madrugada con el otro. Gran ventaja.

Apunto en mi cuaderno de bitácora: quiero tener la mirada de Kirchner. Y su cuenta corriente.

A la ducha, nena!!!