Curioseo las primeras páginas de un libro, regalo de J. y P., del que no tenía ninguna referencia. Se titula “El astrágalo” (Seix Barral) y su autora es la francesa Albertine Sarrazin.

Busco, encuentro y leo:  “El astrágalo o talus, llamado también taba y chita, es un hueso corto, parte del tarso, en el pie en los humanos y demás plantígrados. Por su constitución y forma de seis caras, en la antigüedad se utilizaba
para la aleatoriedad de probabilidades por los ciudadanos. Se podría
decir que el hueso de astrágalo es el precursor del dado de seis caras que conocemos en la actualidad”.

El arranque de esta historia de rebeldía  justificaría un sábado a la sombra: “El cielo se había alejado por lo menos diez metros. Continuaba sentada, sin prisa. El choque debía de haber roto las piedras, mi mano derecha palpaba unos cascotes. A medida que respiraba, el silencio iba atenuando la explosión de estrellas que, al caer, traqueteaban todavía en mi cabeza”.

Si te llamas Albertine Sarrazin sólo puedes ser escritora, libertadora de un país sometido o loca de atar. Tal vez las tres cosas a la vez. En cualquier caso, debes morir en circunstancias muy dramáticas, haberte drogado, pasar noches en comisaría, destrozar dos o tres corazones (de hombre o de mujer, mejor de ambos) y tener un extraño tic en la ceja derecha.

Si me permito estas licencias es porque Albertine está muerta y enterrada. Vuelo a la wikipedia y me aseguro de ello antes de seguir devanando fantasías animadas: “Albertine murió en Montpellier a los treinta años, en una mesa de
operaciones, con una muerte plagada de errores médicos, unida al
deterioro producido por el alcohol”. 



(“Una muerte plagada de errores médicos”. Curioso. Que la wiki anteponga el efecto a la causa me parece un tanto exótico. Y encima me piden con un enorme cartel que haga un donativo a la causa. Me planteo hacerlo para la contratación de un editor estricto. Pero la Wikipedia rigurosa y bien escrita no sería la wiki, democrática, sino tal vez la Enciclopedia Británica, deliciosamente dictatorial ).

Sospecho que una historia tan accidentada como la de Albertine Sarrazin está chupada de contar. La dificultad estriba tal vez en la necesidad de contención. En no ser demasiado explícito. En asegurar cierta ambigüedad en el personaje. En compadecerle un poco, en condenarle lo justo. Al fin y al cabo nuestra heroína se acaba de romper el astrágalo en su loca huida de la cárcel. Y antes de pasar la primera página ya sospechas que no será feliz. Un astrágalo roto es un vómito caliente que no se limpia. Huele a bilis, a caída libre, a desesperanza y al preámbulo de una sucesión de desgracias que no te dejará confiar más en el azar y aún menos en la redención humana.

Miro al cielo para decidir si salgo a correr o aprovecho las nubes amenazantes para quedarme al calor de mi nueva heroína. Recuerdo que ayer, en El Corte Inglés, la megafonía escupía a voces la novedad editorial: Un bodrio sentimentaloide que acaba de ganar un premio literario y que venderá miles de ejemplares.  Sí, la curiosidad me ha llevado a ojearlo y no tengo palabras. Siento lástima por Albertine y por esos otros personajes bien urdidos, por tantas historias que te cambian la vida y que nadie leerá porque para eso está el fast food de estas otras. Historias que al enfriarse te sientan como un  Whopper congelado y necesitas vomitar o romperte el astrágalo para asumir que son bazofia y ese es tu castigo.

Salgo a correr. El astrágalo protegido por mis Nike. Una muerte plagada de errores médicos…Albertine, oh Albertine.