Ayer la escritora mexicana Bárbara Jacobs decía en Babelia que si le daban a elegir
entre escribir una carta a alguien o invitarle a tomar un café,
escogía lo primero. Me sentí identificada de inmediato. He llegado a
la recta final antes de las vacaciones con la sensación de una
necesidad urgente de tiempo conmigo misma que me hace estar irritable
a ratos y sin previo aviso. Hay amigos que me requieren desde hace
semanas para quedar, y yo no veo el momento. No es que no tenga ganas
de verlos, es que soy un armario atestado de ropa donde unas manos
intentan, sin éxito, abrir canales de aire para sacar una o dos
prendas.

P { margin-bottom: Justamente ayer hablaba de la recuperación de prioridades. De todo lo
que necesito hacer: escribir, leer, seguir con las clases de inglés,
deporte regular, pasar más tiempo con mis hijas, trabajar (desde
luego, aún no he conseguido ese viejo sueño del rentismo), estar al
día de las expos y películas que me interesan, buscar con renovado ahínco mi
casa de pueblo con patio…
Y llegamos a la conclusión de que todo no
cabe. Algo había que dejar fuera, como los regalos del tramo final
del Un, dos, tres de mi infancia. Pero yo no quería, no quiero,
prescindir de nada. Y me deshago en afanes y en esfuerzos con garra
de olímpica pero sin haberme entrenado lo suficiente para los
cuatrocientos metros, esa prueba de natación diabólica que aguarda a la sirena de titanio Mireia Belmonte.

Digamos que de las Olimpiadas voy a prescindir, me bastan los
resúmenes del Telediario. Pero ansío volver a madrugar para salir
al trote por mi querida costa astur, los prados a mi izquierda, el
mar Cantábrico agitado y arisco a mi derecha. Y cuando era insomne, in illo tempore, todo
resultaba más fácil. Pero entonces fui a una profesional y le
planté sobre la mesa mis miserias de sueño, y ahora el cuerpo me
pide una desconexión más terca que la británica, y tan turbulenta
como la catalana.

Pongamos que duermo siete horas, una o dos más que solía. Y si,
mis neuronas deben estar más tonificadas pero a mis dedos les faltan
minutos al teclado. Además, quiero ir a pie al trabajo, como suelo.
Pero eso no puede considerarse deporte, sólo tonificación. Alegría
de devastar el aire de mañana, cuando el asfalto está desprevenido,
y surcar las calles con pensamientos fofos que no se sustancian en
nada pero atrapan rincones, esquinas y edificios de Madrid que ya he
hecho míos
a fuerza de tentarlos con mis Nike y mi mochila. Tacones
a la espalda.

Quiero además haber escrito antes unas líneas de ese libro que crece
más lento que una estalactita. Y conspirar con esos personajes
que van teniendo forma, vida propia. Pero no la suficiente como para
que los pueda dejar solos en casa mientras salgo a enjaretar rutinas
y desvelos. Así que, frustrada y sin vocación de azar, relleno Primitiva o
Bono Loto (no sé muy bien qué es una ni qué es otra) con la
ilusión pedestre de que sólo el dinero compra tiempo, si la salud
no te hace de las suyas.

Y me vuelvo insociable, en cierto modo. Y espero me perdonen mis
amigos si no estoy a la altura. Dadme tregua, dejad que me organice,
por Tutatis. Que nunca concursé en el Un, dos, Tres. Que debo
aprovechar las vacaciones para escribirme una carta a mí misma, en
lugar de quedar a tomar un café. Como haría esa mujer, Bárbara
Jacobs:

-¿Puede resumir su libro? 

-Es la construccón de una novela, más que una novela. Es la
construcción de una mujer que finalmente se me escapó, pero eso no
se lo digas a nadie.

(Yo también me escapé, y ando buscándome. Y por la noche miro las estrellas a la caza de todas y ninguna)