Confesión previa: quiero que me rescaten y, si esto fuera poco, que me intervengan.

Ahora que estos verbos se han escorado en el territorio estricto de la economía dramática, reivindico su acepción original en nombre de las generaciones que crecimos con los cuentos del príncipe. La burocracia europea se ha cargado el romanticismo lánguido de esas señoritas que esperaban ser liberadas tras soltar su larga trenza desde lo alto de la torre. El asesinato de Rapunzel no puede quedar impune.

Mis amigas más feministas están a un minuto de retirarme el saludo, pero debo velar por la supervivencia de los sueños. Toda guerrera necesita un hombro para descansar. A veces hasta un hombre (o mujer). Un interventor resabiado y sin corbata que irrumpa y ponga orden en el caos. Pero algunos interpretan esto a la merkeliana, es decir, como un “¿otro par de zapatos nuevo?. Nena, arrastras un déficit endémico y no queda hueco en los armarios”.

“Aritmética sentimental para rescatadores”. Ese es mi plan.

Diseñar un manual con instrucciones que garanticen una provisión de fondos indefinida y altamente erótica. Estamos tan desolados que hacen falta inyecciones de consuelo, cheques en blanco y no inspectores bordes que nos señalen el temblor de nuestras cuentas corrientes sin hacer nada para teñir nuestros números rojos.

Un amigo lejano solía contar que cuando se iba quedando sin blanca, él y su mujer se fundían los restos en una comilona. “Brindábamos por el presente continuo, y al día siguiente salíamos a la calle convencidos de que conseguiríamos dinero”. Gaudeamos Ígitur. Carpe diem…¡Nos están acribillando los tópicos del hedonismo y ni siquiera protestamos!

Todo esto viene a que llevo un tiempo con temor a mirar el saldo de mi cuenta. No abro los sobres del banco ni digo OK a la opción de imprimir el recibo tras sacar dinero en el cajero. Una parte de mí, esa que quiere ser rescatada, ha optado por gastar mientras haya. Como si el enano del cajero no escatimara en la rubia que marca las teclas con pavor. Una fantasía infantil, sí, pero necesaria para contrarrestar los efectos de los titulares del periódico. Si el Gobierno rescata a Bankia, una entidad desalmada y con ánimo de lucro, no entiendo que no pueda hacerlo con quienes le hemos hecho ganar dinero a espuertas. Como diría mi abuela, nos están chuleando y nos estamos dejando. Los mensajes goebbelianos del recorte del déficit, la reducción del presupuesto, la congelación salarial y el shock producen bloqueos en cadena.

Así que aquí te espero, príncipe mío, sin trenzas porque ya me las corté, pero dispuesta a saltar de la torre, si es preciso, y a celebrar el día a día con bailes y vino hasta el amanecer. Ya está bien de acogotarnos con el miedo al futuro. Nos estáis robando el placer del presente. Señores de las corbatas, sigan a los suyo, que ahí fuera hay un ejército de princesas dispuestas a destrozar las zapatillas mientras ustedes piensan que duermen.

Como el rey que tenía tres hijas y las encerró en tres botijas. Un pringado.