Sostiene Nicolás Maduro que el apagón eléctrico en Venezuela es un boicot de la oposición. A mí tanta ingenuidad me da risa. Pero entiendo a Maduro. Todos necesitamos echarle la culpa a alguien de nuestros apagones.

Externalizar la culpa. Esa es la cuestión. Si el otro es responsable de mi oscuridad no necesito preguntarme qué fusible falló. Estar a oscuras es mucho más llevadero en ese caso. Y, como la cerillera del cuento triste de Navidad, uno saca la caja de fósforos, prende el primero y consigue una visión amable de las cosas. Esa que había antes de que un tercero apagara la luz y boicoteara su felicidad.

Chivarse viene a ser indicar que otro dio al interruptor. Cuando somos pequeños nos especializamos en buscar culpables. “Ha sido él, seño”. El chivato nace, crece, se reproduce y a veces se perpetúa en la edad adulta. Y señala con el dedo a otros que a veces son fantasmas. Y hasta llega a salir en la tele tratando de convencer a todo un país de un sabotaje tan improbable como la nieve en mayo. Como que te toque la Lotería de Navidad después de maldecir la cursilería empalagosa del anuncio de Pablo Bergés (yo que te tenía en el altar de Blancanieves).

La cultura popular es una pura casuística: De “La culpa de todo la tiene Yoko Ono” al “Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así“, pasando por asesinos que el día de autos no se habían tomado la medicación, amantes que perdieron en tranvía y nunca más se supo o la versión más naif y bailonga: “La culpa fue del chachachá“.

Nicolás Maduro pre apagón

Señalar a otro es muy liberador y en ocasiones perverso y torticero. A veces nos sale el Nicolás Maduro que llevamos dentro y hacemos el payaso con luz y taquígrafos. A veces nos ponemos de gin tonic sólo para alegar que el despropósito que estamos a punto de cometer con plenas facultades fue culpa del alcohol.  De nuestro jefe. De nuestro subordinado. De la estructura empresarial o sindical. De nuestra madre. De nuestros hijos. De la Tramontana. Del insomnio. Del tendero de la esquina.

Y así pasa la vida entre apagón y apagón, y en la oscuridad se desvalijan sueños y se aprende a sacar la caja de los fósforos y prender la cerilla. Y esa luz, esos segundos de clarividencia, son oro puro. Visiones efímeras que te permiten volver a la caverna de los chivatos necesitados de buenos propósitos y entender por qué el  anuncio de la Lotería será criticado, vilipendiado y objeto de mofa y befa hasta la extrema unción, pero nadie se olvidará de él ni de su reclamo cursi: “Aquí está la Navidaaaaaaaad, pon tus sueños a volaaaaaaaaar”.