“Nena, hazme hueco en la tabla”

Un programa de televisión norteamericano ha demostrado empíricamente que Jack Dawson (Di Caprio), el héroe de la película “Titanic”, pudo haberse salvado. O, lo que es lo mismo, que ella (Rose, Kate Winslet), era una egoísta que en el fondo quiso flotar sola sobre la tabla. A James Cameron, director de la cinta, le ha molestanto tanto el experimento que se ha deshecho en explicaciones en la red con el ánimo de boicotearlo:

“No es una cuestión de espacio, sino de flotabilidad, afirma.
Cuando Jack pone a Rose sobre la tabla, él intenta subir también. No es
un idiota, no quiere morir. Pero la tabla se hunde y se tambalea. Queda claro que solo flota con una persona encima, así que toma
la decisión de que sea ella quien viva”.

La princesa prometida (amor verdadero)

Me rechifla esta pequeña noticia capturada hoy en medio de un mar de titulares dramáticos sobre el verdadero hundimiento, el de nuestra economía. Mis Chukis idolatran Titanic  por distintas razones. A Minichuki le mola porque se hunde y hay mucha agua, carreras por los pasillos y música de violines. A mi adolescente porque le parece el epítome del amor verdadero. La historia más arrebatada de cuantas se han contado. A la altura de Crepúsculo (mon dieu!). Huelga decir que a mi ado le faltan muchos clásicos por leer, y que una hace lo que puede para que la educación sentimental y cinematográfico/literaria fluyan paralelas y se encuentren en un punto allá en el infinito. Pero lo cierto es que no es así.  

Un adolescente resume el amor en drama, jadeos y besos a tornillo. Y muchos adultos también.

A mí Titanic no me convenció ni cuando la estrenaron, y mira que soy romántica. Esa banda sonora diseñada para la emoción fácil, esa secuencia en la proa del barco, ambos con los brazos en cruz como Jesucristo, ese momento sauna de revolcón en un coche antiguo cuyas ventanillas se van tiñendo de vaho…Todo tan intenso, sí, y tan falso. Pero cuando trato de decirle a mi ado que un chico no te quiere más por clavarte sus fauces en un Symca 1000, pongamos (sí, una es muy enrollada y tal, pero madre al fin y al cabo), ella me mira con cara de “no te has enterado de nada” y se pasa la película whatsappeando con sus amigas y con la lágrima borderline. Sentimentalismo barato.

Vuelvo a Titanic para reconocer que mi problema, parte de él, que que nunca un hombre me agarró con fuerza en un barco. Mayormente porque yo en los barcos me entretengo sola vomitando. De manera que el romanticismo se me escapa en el trasiego de vaciar hasta mi espíritu, no sin antes haber expulsado a la mar páncreas, bilis e hígado.

Además, Leo di Caprio no me atrae ni mucho ni poco. Esa cara chata de pekinés y esas hechuras pequeñas no consiguen  que empatice con Rose. Me gustan los hombres altos aunque no bailen claqué. Vamos, que la prefiero a ella. Una mujer rotunda, con sus curvas y una bellísima piel luminosa, como pude comprobar una vez que la tuve a tiro. Kate Winslet es una de esas mujeres que no te parecen guapas hasta que te lo parecen. Puede que tenga que ver con el destello de inteligencia de sus ojos. O que sus gestos delatan que está conforme con un cuerpo alejado de los cánones anoréxicos.

Kate&macizo de 30

Y, respecto al amor, cambió al intelectual coetáneo e intenso por el macizo de treinta y se quedó tan ancha. Nada que objetar (bueno sí, que a mí también me molaba el bueno de Sam Mendes).

Recapitulando: hoy les pienso desmontar a las chukis el mito de Rose. Les contaré que fue una tiñosa que no quiso compartir su tabla flotador. Y no porque estuviera pelín oronda, sino porque en un momento vio pasar su futuro por delante, las desventajas de un matrimonio desigual. Y pensó que los amores tórridos son secuencias sueltas en la travesía de la vida. Imprescindibles, desde luego. Pero que una vez que cesa la envolvente banda sonora by Celine Dion, esa intérprete de casinos, hay que remangarse y empezar a construir. Y más vale que la orquesta de la cocina siga tocando pese a las tormentas, la tempestad y los choques contra los macizos de hielo.

Diréis que no saco partido de la cinematografía. Pero es que ser madre con tanto ejemplo sentimental lowcost circundante es duro. Titánico.