“El alcohol es como el amor. El primer beso es mágico, el segundo es
íntimo, el tercero es rutina. Después desnudas a la chica.”
Raymond
Chandler 

Un borracho inteligente es el peor enemigo de sí mismo.

Lo pensaba el otro día, sentada a la hora del aperitivo en una terraza del centro. Con los periódicos en los que clavo la vista para observar lo que me rodea. Dos mesas más allá, dos hombres de unos setenta años. Amigos o vecinos de siempre. Uno de ellos bajito, atildado, con la camisa blanca y una corbata de varias décadas. El otro más desbaratado, con gabán oscuro. “Amigo, te voy a invitar a un café”, decía el de la corbata con tono festivo. Era la hora del aperitivo y levanté la vista.

-No quiero un café, quiero un vino.
-Ya, sí, pero tú sabes que no te conviene.
-Si me pides un café lo escupiré en este santo suelo.
-Amigo, ¿quieres que tu mujer tenga que volver a bajar a buscarte y te encuentre arrastrado y farfullando tonterías? Venga, que es por tu salud.

Entonces el del gabán, con toda su dignidad de alcohólico consciente y militante, lo dijo: “Una cosa es mi salud y otra mi vida”. 

Desde que lo apunté no he dejado de darle vueltas. Naturalmente el camarero terminó llevando dos copas de vino a la mesa, donde esos dos hombres y un tercero que se les unió, hablaban de la amistad, ya relajados y sin la tensión previa. Al del gabán no le veía la cara, pero escuchaba retazos de su disertación sobre lo que considera un amigo y lo que no. Y me pareció insólito porque a esas edades los hombres que conozco no suelen hablar de sentimientos, y menos sentados a una mesa a la hora del vermú.

“Una cosa es mi salud y otra mi vida”

La frase encerraba una visión agónica de la realidad. El hombre sabía que se estaba matando, pero su mente parecía mantenerse en buena forma y sin duda el alcohol le procuraba el aliento necesario para disertar con su amigo, que de repente se había apocado ante la evidencia de haber perdido la partida.

Toda la vida me han producido rechazo los borrachos. En casa mi madre era famosa por retirar la botella de vino antes de los postres, para cabreo de mi entonces marido, que me miraba con cara de “ya estamos…”, segundos antes de que yo me levantase a recuperar el botín. Por alguna razón que se me escapa, mi madre sentía aversión por el alcohol, imagino que porque era la antesala  de un potencial descontrol. Y aún hoy no le gusta nada vernos a los hermanos con un gin tonic en la mano.

A mí me gusta beber con alevosía y si soy moderada es porque empecé tarde en esto de los espirituosos, a esa edad en la que ya has asumido tus hábitos y una copa es un click que detiene el tiempo y lo congela mientras te calienta el corazón. Siempre en compañía -para la soledad elijo la Coronita o una copa de vino- siempre con esa conciencia de que una cosa es la salud y otra la vida.

Pero hay algo en el abstemio total que me provoca desconfianza. Salvo que haya tenido un pasado alcohólico, en cuyo caso lo entiendo y lo comparto, siento que estoy ante alguien que no se va a descontrolar ni un poquito, y eso me pone en guardia frente a mí misma y a mi copa. La rigidez siempre me alerta. Y me lleva a recordar el gesto contundente de mi madre llevándose el vino de la mesa. Y la expresión contrariada de su ex yerno, moderado bebedor que debía pensar en vengarse con un golpe de efecto, algo así como llegar con un pedo mundial haciendo malabarismos con tres botellas de anís El Mono.

El hombre del gabán era el líder de la mesa, eso estaba claro, y les hablaba desde la autoridad de quien ha estado a dos pasos de no regresar, del funambulista que los tuvo en vilo muchas tardes, demasiadas noches, y que no quiere volver a casa porque allí quizas está esa frontera con la vida. Pero el pulcro de la corbata tiene otros planes, y ha consultado el reloj, y ha pagado la cuenta, y ahora les dice a los amigos:

-Me váis a perdonar, pero me espera mi mujer en casa y hace cuarenta y siete años que comemos juntos los domingos, solos. Y no voy a hacerla esperar porque la amo y porque he tenido la suerte de encontrarla y que me perdonara tantas cosas…(cogiendo la copa con un gesto intencionado)

En del gabán, ahora, se ha quedado mudo. 

¿Una cosa es la salud y otra la vida?

“Estar siempre borracho… Emborracharse combativamente. Simplemente emborracharse.” Charles Baudelaire