A partir de una edad, por ejemplo los cuarenta, te pasan cosas extrañas. Mi amiga A. ha cumplido cincuenta pero lleva diciéndolo no menos de cinco años. Una noche, hace ya tiempo, salimos a cinecenar y en la barra de un bar nos entró un tipo guapo y expansivo. “Tengo casi cincuenta y un hijo de dieciocho”, le advirtió A. como para romper el hielo con su coquetería comme it fault. Al momento hablaban de colonoscopias y yo bebía margaritas preguntándome si ligar a partir de entonces iba a ser “eso”.

Hay un momento en que la colonoscopia entra en tu vida como entraron el animal print y el smartphone. Y conviene salir huyendo. Las conversaciones tienen el poder de rejuvenecerte (efecto colágeno) o condenarte al asilo (efecto mortaja). Cuando el segundo supera al primero se tiende a bucear en los recuerdos del pasado (efecto buscandoenelbaúldelosrecuerdos-uuuuuuh). Los mayores de setenta lo practican a menudo. Los de ochenta, casi siempre.

Conversación familiar con mayores de esas edades en torno a un chocolate con brioche. Seis de la tarde y sereno:

-Yo tengo varias tertulias, una con mis antiguos telecos. Pero solo quedo yo… (o sea, que la tertulia es un soliloquio) J. 84 años. Esposa con alzheimer hace ocho.
-Pues yo hago guasas con la profesora de clase de memoria, pero no sé muy bien por qué. Por dentro no tengo ninguna gana de broma. Me sale solo…(O sea, que el humor es una defensa enardecida contra la melancolía que es la muerte). J.86 años. Viuda. Hijo fallecido en accidente de coche a los 47.

En general, observo a ciertas edades se practican los monólogos a varias voces. Y comprobarlo me pone triste. Uno habla y el otro no recoge la pelota, sino que la deja olvidada en un lado del césped y busca su propio balón y le pega una patada por encima de la escuadra. Y al portero se la suda y saca con un tercer balón. La vida deja de ser un partido de fútbol y se convierte en un entrenamiento individual donde el que no está sordo está cojo o medio ciego. Y el público, impaciente, abandona el estadio.

Si no hay diálogo debe haber silencio. Si el diálogo se centra en las colonoscopias debe haber silencio. Reflexión. Hablar por hablar es sólo un programa de radio para colgados y melancólicos con avidez de tertulia y sin tertulianos a la redonda. El otro día fui amonestada con cariño por una queja mía recurrente: “no me haces preguntas” -en adelante, efecto entrevistado motivado sin micro ni entrevista-). Preguntar es mostrar curiosidad, interés, empatía. Las mejores preguntas son las que te llevan a territorios de tu salvaje Oeste. Ese que no visitas por si acaso. A veces, cuando nadie te las hace, pagas a un profesional y te subes al diván de un salto.

(En adelante, soliloquios de pago).

Pagar por hablar. Por ser escuchado. Conozco a unos cuantos que lo harían gustosos. Aunque a veces el servicio se da gratis.

-Hola ¿qué tal estás? (mujer de unos cuarenta a coetánea que vio una vez en la vida y se encuentra por azar)
-¿Bien o te cuento?
-Camarero, dos margaritas.
-A mi padre, de 94 años, le ha llegado una carta anunciándole que el lunes lo desahucian. Yo vivo en una caja de zapatos y mis hermanos no tienen dónde alojarle. No sé qué vamos a hacer, estoy bloqueada.
-Me parece dramático. Lo siento. No sé qué decirte, no sé que se hace ante un desahucio. No sé cómo se puede poner a un hombre de patitas en la calle. No sé.

La crisis de los cuarenta consiste en que te pasan cosas de cierta relevancia. A tus padres les pasan cosas. A tus hijos les pasan cosas. A tus amigos les pasan cosas. Y tú no sabes jugar bien en ningún campo. Y sales con las botas desatadas, la camiseta torcida y el red bull pinchado en vena. Y si no tiras de colonoscopia, que es una excatología disfrazada de prueba diagnóstica, tiras de blog o de lecturas. Y comienza un soliloquio que es un diálogo con tus más profundas intuiciones. Y si tienes suerte lo compartes. Muchas veces con amigos. A veces con desconocidos. Y está bien.

Lo interesante pasados los cuarenta es llevar el diálogo hasta el final. O callar para siempre. Todo menos buscar en el baúl de los recuerdos. La nostalgia es la antesala del alzheimer aunque no mate neuronas examinada al microscopio. Tener planes. Hacerse y hacer preguntas. Escuchar con atención. Despedirse con cariño.

-Espero que a tu padre no lo echen de su casa. Por favor, cuéntamelo el lunes.
-Descuida, te llamo.

PD. Ayer vi Blue Jasmine, de Woody Allen. La historia de la desesperación de una mujer que habla sola.