Mi querida Big-Bang:

Parece ser que los vampiros no tienen deseos carnales pero sí unas ganas tan hipertróficas de casarse que ni Marisol en sus tiempos de actriz prodigio. Ya sabes que amo a Robert Pattinson, ese ser dorado con la mandíbula mejor cincelada del planeta y los ojos color ámbar. Así que me he tragado “Eclipse” como el que peregrina a la Meca, entregada y en un rapto de fanfatalismo radical. Y lo he hecho con todos los extras, a saber: la compañía de una adolescente quinceañera con sus hormonas en reacción, una bolsa de patatas king size bien grasientas y otra de regalices rojos, mi chuche favorita. La estrategia perfecta para ensuciarnos el estómago como anestésico frente a este cine high quality.

Sí, ahí estaba él, refulgente y melancólico en un gesto inalterable como la noche de los tiempos vampíricos. porque el colega no lo cambia en toda la película ni para enfrentarse a la chunga de Victoria, esa dentilarga que corre que vuela y se quiere merendar la yugular de Bella, la chica de Cullen (mi rival, para entendernos).

Pero aquí hay algo que se me escapa. Tres entregas de la cosa y aún no le he visto llenarse la boca de sangre, ni siquiera un poquito. Mi Robert va impoluto y no se despeina ni para dar el salto del tigre sobre los hombres-lobo, que encima ahora son sus amigos. Pero esto no es lo peor. Lo peor es que la pobre Bella necesita con urgencia un revolcón y, aunque no escatima esfuerzos ni miraditas lánguidocalentorras, homo Cullen es duro de pelar.

No, el tipo no quiere un orgasmo, pero sí colocarle a ella un anillaco del siete lleno de la mejor pedrería de Transilvania. Y venga a implorar “cásate conmigo, cásate conmigo…y luego ya, si éso, consumamos”. Porque de todos es sabido que los vampiros hacen las cosas en orden y por el método tradicional. Total, si te quedan miles de años por delante qué más da polvo más o polvo menos…

Es lo que tiene la sangre fría y la ausencia de alma. Que deja los cuerpos tibios y el deseo tiritando, y luego a nadie le sorprende que la chica esté a punto de hacérselo con un lobo. Un tipo peludo, calentorro y con unos pectorales que a la de quince la dejaron muda pero que las de cuarenta (y alguno, que te conozco) preferimos que estén en el cerebro. Un sindiós.

El viejo triángulo amoroso, la virginidad a salvo, ausencia total de fluidos y una exaltación del matrimonio que ya la querría para sí la santa madre Iglesia. Porque hacerlo antes de tiempo puede terminar en la unidad de transfusiones del hospital más cercano, que lo sepan todas estas adolescentes revueltas y convencidas de que la educación sexual se llama “Física y Química”. Sí, el talón de Aquiles de mi Cullen es un canto a la castidad: si se calienta demasiado lo mismo pierde el control de sus fauces y deja a Bella como salida de una secuela de Viernes 13. Así que el tipo lucha contra los accesos carnales clavando la rodilla en el suelo y desenfundando su letanía matrimonial.

Hacía tiempo que no veía nada más reaccionario y mejor atrezzado. Y, no sé si por efecto de la sobredosis de regaliz, salí del cine revuelta y hoy he soñado con lobos y aullidos de pasión. Se acabaron los melancólicos con flequillo de corazón frío. El día que bajas la guardia te cuelan una argolla en el dedo para siempre jamás. Y luego vete tú a reclamarles los calentones no consumados. Será tarde, te habrá mordido el cuello y no sentirás pulsiones de cintura para abajo. Eso sí, se te debe quedar un cutis dorado y terso que es como para pensárselo…