Mi querida Big-Bang:

Desde que respeto a rajatabla los límites de velocidad los conductores me detestan. Sí, se forman unas colas detrás de mí que parezco Belén Esteban en Benidorm, y en cuanto llega la raya discontinua me adelantan con saña y me hacen la peineta por la ventanilla entre fuertes aspavientos. No, te aseguro que no lo hago por sentirme perseguida, aunque te reconozco que mola ver por el retrovisor las caras de esos machotes al volante impotentes por no poder pisarle a fondo por culpa de una peliteñida miope con el disco de Led Zeppelin a tope y el rimmel corrido.

Un día descubres que seguir las normas no está tan mal. Ese día cruzas en verde. tomas sacarina en el café, repasas tu depilación, pagas las multas acumuladas y te echas crema con protección 50 antes de salir de casa. Sí, estás siendo buena, y para prolongar tu victoria pírrica llamas a tu madre por teléfono, cedes el asiento a las viejecitas y respetas el turno de palabra en las reuniones.

¡Noooooooo! esa no soy yo. Que no cunda el pánico. Si me quitan las taras, tendré que tirarme a tu diván por crisis de identidad, y esto ya no va a haber VISA que lo levante.

Tenías razón. Las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes, querida Mae. Ser mala es mucho más sexy, más glamouroso, más siglo XXI… A mí la estética ONG siempre me dio cien patadas, verás, y a veces mezclo a posta las basuras orgánica e inorgánica, así que en Greenpeace tampoco me admitirían por contaminar los contenedores donde comen las cucarachas. Jamás llevo los zapatos a juego con el bolso, y en ocasiones me zampo un kit de Toblerone tamaño duty free que tiembla el misterio.

Cuando me aburro leo las palabras de los carteles al revés y les pongo música, en verano tiro un colchón en medio del salón y me hago la zíngara, una vez leí un libro de Isabel Allende (los mares) y tengo cierta debilidad por Sergio Dalma que debería hacerme mirar. Huyo de los tipos desequilibrados, no colecciono nada que no sean tacones o cremas y de cuando en cuando desempolvo viejas cartas de amor y lloro como una loca hasta que se me cuartea el cutis, y entonces me unto una mascarilla de pepino y a correr.

Sí, las imperfectas es lo que tenemos. Una legión de taras con las que desayunar cada mañana, justo antes de echarnos a la calle y cruzar en rojo con plataformas de 15 cm. Y lo llamas estar viva. Anotas: “No sé que pensaría Led Zeppelin de todo esto”. Por si acaso, voy a subirme a su escalera a ver cómo viven las perfectas en el cielo. El infierno es duty free y, por el momento, puede esperar.