Uno es autor consagrado, ha vivido rodeado de una cierta vitola de polémica y consiguió el Premio Nóbel a los 54 años.  “El arte de la novela se basa ante todo en la compasión”, rezaba ayer el titular, que subrayé de inmediato, cautivada por su hondura y su verdad. El otro es una star que ha irrumpido en el planeta de los best sellers con un panfleto disfrazado de libro que se carga todos los pilares de la corrección política y ataca indiscriminadamente a los gais, mujeres e inmigrantes: “Han olvidado que la inmigración tiene que ser un negocio para el país de acogida. Si no, se transforma en colonización”.

Ambos son turcos, y la casualidad quiso que ayer ofrecieran sendas entrevistas en la prensa.

El primero se llama Orhan Pamuk y ofrece la sonrisa amplia, profunda y confiada de los seres que bucean la vida, batallan, la interpretan  y consiguen perdonar, ese talismán, justo antes -o después- de ponerle palabras: “Puede que reescriba mucho los comienzos, hasta 50 veces, pero cuando
llego al medio y me doy cuenta realmente de qué va, entonces decido el
final. Debe aparecer espontáneamente. La naturaleza de los personajes lo
da. Aparece con el proceso de la escritura. Les dedico tiempo a las
criaturas que pueblan mis historias, me paso con ellos tres y cuatro
años, lo voy descubriendo poco a poco, aunque domino plenamente su
temática…”

El otro es un tal Akif Pirinçci y saluda con una pose de escritor maldito que fuma muy siglo XX. Tan caricaturesco en su provocación que da risa: “Cien mil personas han comprado mi libro en sólo dos semanas. En este tiempo, he ganado 300.000 euros por un libro que tardé tres semanas y media en escribir. No está mal, ¿verdad?”.

No está mal, querido fantoche. No dudo que tu obra, que no pienso leer ni citar aquí, será de consumo fácil, como una de esas ensaladas de lata que abres y huele a comida de perro pero es gloria bendita para estómagos acostumbrados a digerir bazofia. Conectar con el racista, el homófobo o el misógeno que muchos llevan dentro no es difícil. Incluso en una sociedad tan sensible al menosprecio y a la xenofobia como la alemana. Las bajas pasiones son las mismas que alimentan la audiencia de programas canallas de la televisión, y eso no convierte a una sociedad en canalla, sino que alienta la necesidad del contrapunto de los exquisitos, de los íntegros, de los reflexivos.

Seguro que en tres semanas has perpetrado un novelón dirigido, como dices,  a “gente harta que quiere oír la verdad”. Esa gente que respinga porque los “maricones” se están haciendo los dueños del share, o porque los inmigrantes acaparan los trabajos. Todos hemos ido en un taxi con un conductor que soltaba este tipo de perlas, y que no necesitaba más que una chispa de aquiescencia para inflamarse.

Personalmente desconfío de las poses. Y sobre todo, de la frivolidad cuando no es un juego de la inteligencia. Creo, tiparraco, que lo tuyo es una boutade y que de tres semanas deberían haberte sobrado dos. Y espero me perdones que no ojee ni hojee tu novela, y que sin embargo me entren ganas de atacar El castillo blanco” y conseguir llegar a las claves de elaboración de un texto de calidad. Ese que posee distintos niveles de comprensión. Ese que te proyecta, te detiene, te zarandea, te cuesta digerir a ratos,  y cuando llegas al final sientes que ha transformado algunas fibras de tu ser. Que, en el mejor de los casos, has descifrado uno o dos enigmas de su estructura solidamente construida. Dirigida al cerebro, al espíritu. No a las vísceras. Ese donde los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos.

Querido Akif Pirinçci, inmigrante turco en Alemania (por cierto). Espero que el éxito no te haga pensar que has transformado a nadie. Simplemente has removido sus bilis, su podredumbre, su banalidad, su ira, su rencor, ese magma de bajezas tan humano sobre el que Pamuk escribiría una verdadera novela. Con esa mirada compasiva, con ese talento capaz de iluminar tu fast foof y convertir sus ingredientes en foie.

Espero que esos cien mil lectores que han acudido a ti con el reclamo del odio entiendan por qué les duele la barriga y necesitan un antiácido antes de irse a la cama y después de despotricar contra las mujeres, los maricas y los inmigrantes. Qué fácil, que previsible.

Que sepas que los catadores de buena literatura jamás se detendrán a contemplarte. Y que si por casualidad hay algo de talento entre las páginas de esa novela, has perdido una gran oportunidad de demostrarlo al exhibir una lata de ensalada cutre como reclamo.