-Blondie, dame tres nombres de escritores que estén buenos.

Mi amiga E. suele pedirme cosas como estas. Por mail, y escritas a la velocidad de su nervio hiperactivo. Y tiene la habilidad de plantearme retos antitéticos. ¿Intelectuales a los que adorar por su cuerpo?. Le paso, minutos después, dos nombres de escritores. Uno, le advierto, me gusta por su extraordinaria nariz. Aguileña, hipertrófica, magnética. Un Cyrano flaco con flequillo despuntado y aires de poeta maldito. El otro tiene cara de no haber destrozado una habitación de hotel tras un concierto de los Scorpions. “No es mi tipo, pero lo mismo te sirve… Ya sabes que no me atraen los guapos de manual”.

-Oye, esa obsesión tuya por la nariz de los tíos háztela mirar.
-Ya, sí, también me fijo en las manos. Me gustan los dedos largos, nervudos. Y no puedo con los pies pequeños.

Seguimos nuestra discusión sobre hombres como dos frívolas lobas. Fantasear es gratis. Mi amiga necesita que el tipo tenga una voz cautivadora, y que vista bien. Yo, que conjugue los verbos con corrección y remate las frases. “Ah, y no puedo con los lentos, con los incultos ni con los resabiados…”

-Este que me encantó el otro día iba perfecto, mirá qué look, me enseña la foto en su I-Pad, deslizando los dedos vertiginosamente por la pantalla. Y añade: “Estaba segura de no era madrileño”.

Ahí me pico yo. “Oye, bonita, eso no es así. En Madrid hay pocos madrileños y algunos visten muy bien, igual que en París no todas las tías son pibones vestidas de Zadig&Voltaire y con trench Burberrys que ciñen cinturas de alambre”.

-Ya, ya. ¿y qué piensas de los hombres que llevan camisas con sus iniciales?
-Que andan buscando su identidad.
-¿Y de los que visten bermudas en verano?
-Que me encantan las piernas al aire. Son sexys.
-¿Y de los que van repeinados?
-Too much control, cero fantasía.
-¿Y de los que tienen más cremas que tú?
-Vade retro, Satanás.
-¿Y de los que huelen a sudor?
-Repugnante. Adoro la huella del perfume, pero no el hombre Brummel que llega dos minutos después que su perfume.
-¿Y de los que hablan mucho de su madre?
-Lagarto, lagarto.
-¿Y de los que te miran a los ojos aunque estés desnuda?
-Esos son mis preferidos.

Terminamos exhaustas y muertas de risa. En realidad, tras un interminable esgrima nos damos cuenta de que nos gustan los hombres con los que estar a gusto en silencio, y sobre todo los hombres que nos miren con cara de estar descubriendo a la única mujer sobre la tierra. 

Y de narices hipertróficas, ya profundizaremos otro día.