Por la voz, debía tener unos cincuenta años. Se quejaba de que no puede bailar tangos con su pareja porque está mal visto que dos hombres bailen agarrados. “Nosotros es que lo bordamos, Magdalena. Salimos a la pista y nos hacen hueco en Benidorm, en un local de ambiente…”

Anoche el insomnio vino a visitarme en forma de Minichuki con pesadillas, y seguí el protocolo para estos casos: ponerme radio cuelgue. O sea, “Hablar por hablar”, de la cadena SER. Ese lugar donde se dan cita los seres que no duermen por su trabajo o por las miserias de sus vidas. Eran las tres de la mañana y la locutora, esa mujer de voz cálida que no juzga, sólo acuna las penas con su voz, animaba al desdichado bailarín a desgranar su relato mientras le leía los comentarios que le iban llegando por mail de la audiencia. “Es cierto, dos mujeres que bailan juntas o entran al baño juntas no son sospechosas de nada, mientras que a dos hombres se los mira raro”, decía uno. “Las mujeres llevan bailando juntas desde que se inventaron las verbenas”, sentenciaba otro…y así.

Al final Fred Astaire, llamémoslo así, se fue animando y confesó que él había soltado “lo suyo” a los catorce años y que tenía suerte de haber vivido su sexualidad muy libre. Tenía una pareja estable y amotrosa desde hacía años y los tangos eran sus pasión. Magdalena la comprensiva le puso “Por una cabeza”, de Gardel, y fue emocionante. Creo que si hay un tango hondo y universal es ése. Y los insomnes reunidos dimos gracias al cielo por esos ratos extra de vida donde los durmientes piensan que son felices mientras se pierden historias y latidos desgarrados como un tango. Como la vida.

Anoche un hombre sufría porque quería bailar, como Billy Elliot. A veces sentirse aceptados en el mundo no tiene que ver con el cuerpo sino con las costumbres más cotidianas. Nada me parece más sensual que ese momento en que un hombre se acerca para sacar a bailar a una mujer. No es machismo, es el imaginrio en el que crecí, aunque las chicas de mi generación ya aprendimos que podíamos sacarlos a ellos. El problema era cuando te decían que no y te quedabas chafada y sin pareja. “¿Bailas?” No. “¿Y eso?” Eso es mi amiga y tampoco baila.

Creo que hay pocas cosas tan liberadoras como la danza. Superada la adolescencia tímida donde sólo salías a la pista rodeada de amigas, descubrí que bailando me proyectaba a un territorio muy libre donde se me iban las contracturas del alma. Bailar era volar, lo sigue siendo y en mi casa somos todos muy de echarnos a la pista así nos pongan un ritmo merenguero, una música pop o un rock endiablado.

Pero el tango es otra cosa. Merece un respeto. El conocimiento de un ritual tan exquisito al que sólo unos pocos pueden acercarse, componer la figura de arranque, enganchar sus cinturas y dar el paso maestro. Y entonces el tiempo se detiene, suena Gardel y hay dos hombres de unos ciencuenta mirándose a los ojos mientras la muchedumbre, asombrada, les hace un hueco y es domingo.