Mi querida Big-Bang,

Ando sumida en una dislexia mental que me hace pedir un filete cuando en realidad querría una ensalada. O a pelearme con el portero cuando en realidad debería hacerlo con la sucursal de mi banco o mi compañía telefónica. También me da por comprar otras botas cuando lo que necesito en realidad son zapatillas de andar por casa. Hay cosas que, como las zapatillas, nunca te apetece comprar. Otras son los apliques para el baño, la tela para las cortinas o camisetas interiores para las chukis.
Desidia selectiva, dirás con esa firmeza diagnóstica que te caracteriza. Es posible. O puede que el otoño haya mermado mi capacidad para responder a los estímulos. Excepto al mismo otoño. Ando por la ciudad observando los colores de la hiedra, que me parece la planta más bella de entre todas. Mola que sea cambiante y sensible a las temperaturas. como las mentes enfermas; también retorcida y trepa, pero esas virtudes me excitan menos.
A mí las plantas se me dan que te mueres. Mi madre, que lo sabe, las ahoga cada vez que pone un pie en casa: “Este ficus está medio muerto, ya podías regarlo de vez en cuando”. “Sí, como podría poner de una vez los apliques del baño”, murmuro. Ella, siempre en guardia, aprovecha que se ha crecido con la regadera para cambiarme un par de cuadros de aquí, unos libros de allá, y así coloniza el salón, que es una forma de colonizar mi vida.
De paso, me insta a coser la cremallera de mi bata-caftán y a poner un poco de orden en el montón de la ropa de plancha. Y por ahí no paso. Quiero mi entropía doméstica, tener siempre asuntos pendientes, flecos y pequeñas o grandes desidias. El día que el artista termina su obra es por todos conocido que le da una depresión, y ya no me caben más pastillacas en mi bote de metacrilato con siete pisos: antihistamínicos, analgésicos, antipiréticos, entiácidos,ansiolíticos, vitaminas A,B y C, antimareo. 
Lo dejo aquí, que como no sé dónde puse el resguardo del tinte, estoy a un paso de quedarme sin alfombras. Eso supone que se verán las tablillas sueltas del parquet, esas que no pego porque es un latazo salir a comprar cola. Como verás, en mi casa/o se cumple inexorablemente eso de que una cosa lleva a la otra. Y lo mejor es no pensar y quedarse contemplando la hiedra del vecino, amarilla, roja y verde, que muta silenciosa mientras el caos se apodera de mi vida.