Desayuno de jornada electoral

Anoche, mientras la Filarmónica de Viena atacaba en el Auditorio de Madrid el Cuarto de Bethoven bajo la batuta vivaz y bailarina del director colombiano Andrés Orozco, el recuento electoral iba demostrando que cuando el español miente (y oculta su voto), es que miente de verdad. Por el patio de butacas desfilaba una jet que no suda bajo sus planchadas e impecables camisas de rayas con americana casual (ellos) y vestidos ligeros con sandalias que exhibían arrogantes pedicuras francesas -ellas-.Satisfechos de sí mismos, ahítos de orgullo sin miedo al fin de mes. Todo lo mundano se abanicaba rendido ante la fuerza imparable de la cultura, esa que había brillado por su ausencia durante la campaña electoral. Al piano, el español Javier Perianes conseguía hacernos olvidar que ahí afuera se estaba cociendo otro guiso de democracia para espíritos exhaustos con hambre de grandeza.  Al final de las Danzas Sinfónicas de Rachmaninoff, Orozo detuvo el aire, juro que lo hizo, con una pirueta prodigiosa con sus manos, su cuerpo en una ingravidez que rozaba el milagro, y la orquesta de Viena, tan teutona, compacta y obediente, dejó de respirar y fue inmolada con lágrimas de sangre por el latino en trance. Las notas desmayadas a sus pies, como mosquitos negros fumigados. Violines y centellas.

(¿Te has fijado en los graves?, me preguntaba él, pero yo sólo siento y existo a duras penas cuando me embarga la música, y luego a la salida sentí hambre de luna y de boquerones en vinagre.Entonces encendí el móvil y el PP iba ganando en el recuento. Y Podemos agachaba un rato la cabeza. Y el Psoe sentía que el sorpasso había sido una pesadilla pasajera más fruto del deseo enardecido que del voto pensado. Y unos y otros hablaron según el guión postcoital, y ya en la cama eché de menos a la Filarmónica de Viena, a ese primer violín tan virtuoso, de porte principesco y pelo blanco.

Filarmónica de Viena&Andrés Orozco

Junio nos pilla cansados, me parece. Y hay que fingir entusiasmo a paletadas hasta que llegue el momento de abrazar a mi playa de Lord Byron y entretener las horas con un libro. Los placeres sencillos, la tierra como dieta necesaria. Unas elecciones en estío son como un examen en agosto. Un dislate. Comprarse cuello vuelto en lugar de bikini, te diría. “Este es mi último año, me paso al bañador”, me juré hace un verano, y hace dos. Las promesas están para incumplirse, la  donna siempre es móbile. Tengo cuerpo de lunes y ayer voté a un partido sin fe y sin consistencia, pero con ambición de estrategia, qué chorrada. Desde su exilio despreocupado mi hija mayor me preguntaba: ¿has votado a X?, y yo le contesté: ¿te has bañado en la playa?.  Pues yo me he sumergido en las aguas de Bethoven y aún me quedan gotas por el cuerpo. Espero que estés bien y que disfrutes. Yo anoche me tomé mis boquerones con cerveza bien fría y volví a casa enamorada, sabiendo que algo queda cuando todo se agita y la lluvia hace charcos de barro que ensucian los pies de esas señoras tiesas con rellenos faciales y abanicos deluxe. Tan formales.