Tengo una aplicación nueva que me cuenta los pasos. Cada noche la consulto para saber si he alcanzado mi objetivo y, en caso afirmativo, doy un gruñido de satisfacción. Me parece una estupidez contabilizar algo tan natural como el movimiento, pero reconozco que las cifras nos dan consistencia (las letras, sin embargo, las encuentro gaseosas, incontenibles, intercambiables).

Ayer di 14.725 pasos. Ni uno más, ni uno menos. 

No sé cuántas veces tragué, cuántas inspiré y expiré, el número de veces que me levanté de la silla, me rasqué la nariz o cuántos wasaps recibí y envié.

Sí que la cola que aguanté para un trámite de ventanilla hospitalaria mediría entre diez y quince metros, y que me enfrenté a una enfermera con cuerpo de lunes al ir a la revisión de ojos de mi madre.

-Buenos días. Llevo 20 minutos haciendo cola y no sé si estoy en el sitio correcto. ¿Sería tan amable de indicarme si debo esperar aquí o ir a otra ventanilla?
-Guarde la cola y se lo diré cuando le toque el turno.
-Ya, pero para cuando me toque mi madre habrá llegado tarde a su cita médica, sólo por estar yo aquí haciendo cola.
-He dicho que espere su turno.
-Es usted muy amable, muchas gracias. ¿Dónde puedo protestar por su falta de diligencia?

La mujer pesaría entre 75 y 80 kilos. Arrobas de poder ficticio tras la ventanilla que la separaba de las decenas -entre dos y tres- de pacientes que esperaban turno rendidos de antemano al sistema de las colas.

Dale a cualquiera una bata y una garita y se creerá dios. Y tendrá feligreses rezando en fila india. (Los curas y monjas llevan bata y las iglesias son chiscones con arte barroco, pero chiscones al fin y al cabo)

Detesto hacer cola. Me parece una servidumbre escolar, el símbolo de la sumisión. Nadie en su sano juicio debería hacer cola, igual que dejas de levantar el dedo un día para pedir permiso para ir al baño.

Una vez en una boutique Nespresso me indicaron que me pusiera a la cola, y desde entonces no he vuelto. Compro cápsulas de marca blanca -entre 50 y 100- en lugares donde no piensan que un café es un collar de Bulgari. No sólo por ahorrar, sino por rebeldía antisistema.

No haría cola para conseguir la firma de un cantante, ni siquiera la de un arquitecto o la de un escritor. Sí para que me besara un príncipe que no se convierta en sapo. La última gran cola que hice fue para lograr una plaza de guardería cuando mi hija pequeña era un bebé. Recuerdo haber ido a las 6 de la mañana y no ser de las 10 primeras. Y haber mirado al resto de padres como competencia, sentimiento del que me abochorné de inmediato.

Hacer cola, por lo general, te condena al descalabro de tu autoestima. Pero hay algo magnético en las colas. Algo que cuando ves una te mueve a ponerte al final por si el premio a la espera es interesante.

(Para conseguir un Birkin de Hermés hay que esperar unos seis meses. El bolso cuesta a partir de 6000 euros).

Hay un momento, cuando haces una larga cola, en que la vida ya no te importa. El tiempo se vuelve elástico como una goma pegajosa. Te hormiguean los pies y sientes que cuando al fin corones la cima tu vida perderá sentido. Es el síndrome de los ochomiles, tal y como me acabo de inventar. Los montañeros que llegan arriba -¿un millón de pasos, tal vez, según mi aplicación?- sienten un extraño vacío una vez superada la euforia del momento.  ¿Y ahora qué?

Mi aplicación me avisó ayer a mediodía de que había conseguido mi objetivo. Pues vaya mierda de objetivo, pensé, y corrí a duplicarlo. Luego entendí que me paso la vida haciendo colas conmigo misma. Esperando lo que no va a suceder. Postponiendo una decisión inevitable. Se llama procastinación y produce un efecto agobio que ríete de la enfermera. A fuerza de procastinar la vida se te hace bola. 

Así que he decidido que no voy a hacer autocolas este año. Lo encuentro muy 2014. Y que apuntaré a pluma mis pequeñas metas, incluyendo mi exigua victoria de ayer con la enfermera borde.

-Ah, parece que la cita de su madre está borrada. No sé…Algo ha debido pasar. Voy a ver.
-Pues corra a recuperarla y si quiere le cuento los pasos.  Tengo una aplicación en el móvil que lo flipas.