El cuerpo tiene razones que la mente no entiende, y te deja postrada en casa mientras un virus hace de las suyas. Los médicos suelen recurrir al virus como el concursante al comodín del público.

Y sí, lo habéis adivinado, me dispongo a criticar a un médico y no precisamente de la Seguridad Social. Podía haber sido el caso, desde luego, pero no.

Situación. Tú vas a un neurólogo de reconocido prestigio para que vea a tu hija, aquejada de fuertes dolores de cabeza desde la infancia. El doctor la atiende con esmero, le hace todo tipo de preguntas (y a ti, y al padre de la niña) y le prescribe varias pruebas para descartar tumores y otros diagnósticos funestos. Quince días después volvéis con las pruebas y, ¡oh sorpresa!, en lugar del médico de prestigio te recibe una doctora, que tras abrir el sobre nos asegura que nuestra hija padece migrañas y le manda un tratamiento de tres meses.

House

Transcurridos los cuales, tu unidad familiar (rota, pero férrea para lo importante) y tú volvéis a la consulta, pasáis hora y media de espera -sin protestar, lo juro- y cuando por fin os toca …¡¡¡tachán!!!! Os recibe una tercera doctora, que interroga con desgana a la adolescente, mientras tú murmuras con cierto tono de fastidio: “Perdone, pero esto ya lo hemos pasado..Se lo contamos a sus dos predecesores”.

La cosa no pasa de ahí, porque en el fondo todos sentimos una absurda reverencia por los que llevan bata blanca (y ahora solidaridad, claro que sí). Un cierto respeto que emana de su condición de salvadores y de la solemnidad y belleza de un juramento hipocrático http://es.wikipedia.org/wiki/Juramento_hipocr%C3%A1tico que comienza así:  

“Juro por Apolo médico, por Esculapio, Higía y Panacea,
por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos,
cumplir fielmente, según mi leal saber y entender, este juramento y
compromiso…”

Pasa el tiempo y tu hija, adolescente, sigue con sus migrañas y ha aprendido a empastillarse cuando nota el “ruido de fondo”. El problema es que ya no se le pasa el dolor, y hay muchos días en los que no puede ir al cole. Así que tu ex unidad familiar y tú volvéis al neurólogo de reconocido prestigio -y esto fue el viernes pasado- y tras chuparos hora y cuarto de espera en una sala llena de familias gritonas y de sordos vociferantes (a estos los indulto, lo juro), volvéis a entrar.

Os recibe la segunda neuróloga, con el portátil abierto, y con cara de no haber visto a la paciente en su vida.

-¿Qué es lo que te pasa?
-Que tengo migrañas (con cierta cara de estupor)
-Ah, sí…Pero estábamos pendientes de un electro.
-No, el electro ya se lo trajimos a la otra (yo)
-¿Ah, sí? Pues aquí no figura (mirando la pantalla) Hace un año que no vienen.
-No. Vinimos hace unos meses con los resultados de las pruebas(el padre de la niña)
-¿Sí? Pues no lo veo. ¿Y estaba bien el electro?
-Sí, eso nos dijo la otra (yo)
-¿Y estabas tomando ahora alguna pastilla? (doctora)
-Una que me trajo mi madre de EEUU (adolescente)
-¡¡¡Eso era Ibuprofeno!!! (yo)
-Digo un antimigrañoso (doctora, mirándome con cara de: “Seguro que es de las que se automedican”). ¿Te hemos mandado Flupax o qué?

Ahí se me hinchan las narices, valga la vulgaridad, y le digo a la de la bata blanca: “¿Acaso no tiene usted un historial de mi hija en ese ordenador abierto? ¿No sabe que esta es la cuarta visita, se fía de que le digamos que todo estaba bien sin tener constancia del electroencefalograma? ¿No puede comprobar qué medicación le han mandado ustedes mismos? ¡Perdone, pero me parece el colmo!”

Se hace un silencio.

Y entonces a mi ex marido, ese padre devoto y entregado como pocos, le gira tres vueltas el cuello y sin dejar de mirar a la doctora Nilosénimeimporta, le suelta una bronca en sensurround que hace que mi adolescente se encoja cual gallina ponedora. La médico palidece, clava su vista en la pantalla y murmura mirando a mi hija.

-Te voy a mandar una pastilla para las migrañas. Sólo puedes tomarte seis al mes, porque es fuerte.

La tensión puede cortarse, lo que no me impide preguntar qué efectos secundarios tiene la citada medicina.

-Bueno, nada importante, pero mejor no leas el prospecto (nótese que se dirige a su paciente. Los padres ya no existimos). A continuación extiende la mano, que mi hija recibe y estrecha con asombro, y la despide sin mirarnos porque somos unos bordes, desde luego.

A la salida la adolescente nos regaña por maleducados. Dice que ha pasado mucha vergüenza, que a un médico no se le puede hablar así, que vaya ejemplo que le hemos dado y blablabla. Su padre y yo tratamos de explicarle que una bata blanca no otorga patente de corso. Pero ella está encendida y mantendrá su ira caliente unas horas.

Al día siguiente amanece con migraña y se toma la pastilla. Se le pasa el dolor, pero a cambio tiene vértigos y desorientación. Por suerte está en casa.

Vértigos y desorientación. Dos de los efectos secundarios que pueden leerse en el prospecto. Ese que no debíamos leer.

PD. Sí, la mayoría de los médicos son buenos profesionales. Sí, ya estamos buscando un buen neurólogo que esté siempre (y admito sugerencias). Sí, la sanidad privada es tan buena o tan mala como la pública, esa que ahora tratan de desmantelar.

Que los dioses hipocráticos nos regalen el don de la salud y nos protejan…