Una mala noche la tiene cualquiera. Dos, los aspirantes. Tres, sólo los profesionales.

A las dos y media de la mañana me asaltó un pensamiento inquietante: ¿por qué siempre llevo entre tres y cinco barras de labios en el bolso? El Diógenes de la coquetería. La paleta del payaso inseguro y monocromático. Un equipaje inútil considerando que mi favorita -una Chanel rouge-rouge- nunca va en el bolso.

A las tres y cuarto tenía muy claro que si la Iglesia anda buscando exorcistas -eso dice el periodico- es porque se ha dado cuenta de que Satán está en todas partes como sospecha que muchos de los pecados son mentira. Confesiones de vieja murmuradora que echa el rato hincada de rodillas para calmar su soledad. Su dolorosa y lacerante soledad.

A las cuatro menos cuarto creí ver una sombra proyectada desde mi ventana y pensé que el dios del feng shui me estaba castigando por cambiar el cabecero de sitio en un sabotaje a todas las certezas de esa ciencia sin ecuaciones en la que creo, pero un poco menos que en mi bienestar horizontal.

A las cuatro menos diez me sentí viscolástica. Un cuerpo lleno de bultos que crecían y menguaban lentamente al dictado de mi impaciencia. Esa que hacía recorrer el colchón en busca de un rincón que frenara mi inquietud y mi avaricia.

A las cuatro estuve a punto de encender la luz y echarme al barro de la lectura. Otra opción barajada era ordenar mi armario por colores siguiendo el orden del arcoiris. Una fantasía naif que me ronda cada tres o cuatro meses y que no ejecuto por incompetencia y porque el orden excesivo me provoca desconfianza.

A las cuatro y cuarto me preguntaba por qué a una noche en blanco se le llama “noche zamorana” y me propuse visitar urgentemente Zamora, ciudad que no conozco y presupongo anodina y llena de vírgenes de luto. (De paso me pregunté por qué se le llama “noche en blanco” cuando ocurre en la oscuridad y se suele acompañar de pensamientos negros).

A las cuatro y media una voz me repetía “levántate y anda” y yo creo haber murmurado “que se levante tu madre”, pero ya no estoy segura.

Virgen zamorana espectral

A las cinco menos cuarto he recitado palabras de atrás adelante para enredar al cerebro en una trampa infalible: grandilocuente=etneuolidnarg. Y me he acordado de las grabaciones psicofónicas donde nos decían que hablaba el diablo y ahora sé que era la voz de un insomne profesional. Y he sentido que debía llamar al Vaticano para sugerirles que en lugar de exorcistas formen hipnólogos para casos viscolásticos y recurrentes.

A las cinco de la mañana el pescado estaba vendido y se me apoderaba ese hormiguillo de cuerpo afterhours. Una sensación de cierta levedad mareante seguida del abandono laxo. Y para entretenerme he hecho recuento de los pecados que confesaría a mi exorcista el padre Karras. Y enseguida he caído en la cuenta de que si llevo cinco barras de labios en el bolso es porque quiero ser cualquier mujer imaginada.

O para perpetrar la fantasía punk de llenar los espejos de una estación de tren mal iluminada de graffitis rojos y lenguas esponjosas como mi cerebro tras esta noche larga, larga…