No he celebrado Thanksgiving -y  tampoco el black friday subsiguiente-  porque mi cosecha de otoño la machacó el granizo en pleno estío, y aún recojo los restos entre lágrimas. Además, el pavo se me hace bola y los arándanos, pegajosos y acidulces, no forman parte de mi dieta de afectos severa, astringente y disociada.

Hoy a las 4.30 a.m descarriló el tren del sueño y aún espero a los cuerpos de rescate. Con los pies fríos y  en calambre. Regurgitando ideas huidizas. Centrífuga  y espesa. La caldera se ha roto, me informa el portero, y mi vecina a gritos por el patio.

Un fucking cuadro.

Hay días mejores, pensaréis. Pero no se llaman viernes negro. Se llaman otra cosa (domingo diletante, lunes mordaz o jueves en caída libre)

No, no es que sea una desagradecida, es que tener que dar las gracias por decreto, maldormida y en inglés no lo concibo. Tampoco me opongo a la globalización. Creo que, por defecto, “my taylor” siempre será “rich“. Me gusta incorporar y hasta inventarme anglicismos como un juego,  y si escucho ¿truco o trato? levanto las manos a lo John Wayne y después busco, despavorida, la bolsa de los caramelos.

Pavo Acción de Gracias

Pero se empieza con un pavo y se termina danzando  por las calles empapadas de Madrid al grito de “God bless America“. Y dárselas de amerifriendly  por montar una cena thanksgiving en Tomelloso (sin haber leído a Whitman, a Steinbeck, a Mc Cullers, a Salinger, a Carver, a Flannery O´Connor…a McCarthy) es como presumir de moderno por llevar barba de leñador, bailar indielánguido y lavarse lo justo.

Y no, no es que sea de esas que defienden “lo español” con vehemencia. Me parece cateto y reducido. No me siento patriota porque no entiendo un país a la defensiva, una lengua a la defensiva o un amor a la defensiva. (Tampoco ser rubia como un arma cargada de coquetos disparos venenosos). Y detesto a Jim Carrey, y la pena de muerte, los lobbys siniestros, y el mall como ruidoso destino cultural.

Confieso, eso sí, que hay noches que me quedo colgada de Discovery Channel  y devoro absorta el proceso de elaboración de los cheetos barbacoa. Y me acuesto indigesta y con tres vasos de agua.

Aunque jamás, jamás,  llamaré cupcake a una simple magdalena, ya lo siento.

Para mí un black friday es una tarde con planes y sin ganas. La urgencia de aliviar nombres pesados de la agenda. La certeza de que el tiempo de descuento ya se agota y el árbitro está a punto de pitar el final del partido. El impulso de tirar a la basura algunos cuentos, dos o tres botes de garbanzos caducados, unos absurdos zapatos rojos que compré una tarde que me sentía Alicia y que no uso. 

Black friday es, ya termino, una noche loquita y tenebrosa que sólo puede presagiar un día de resaca. Amazing y desnortado. Pero también la convicción de que hay motivos, a millares, para dar gracias a pelo. Sin pavo, sin arándamos y sin esas insufribles cupcakes de azúcar glass con colorantes y exceso de sorbitol made in America.