Mi querida Big-Bang:

Las margaritacas tienen los efectos del suero de la verdad. Tú te bebes una porque está dulce y fresquita, y te coges una cogorza ligera, tiras el cuchillo al suelo, luego el tenedor, y cuando llega el camarero a la mesa a ver si habéis elegido le sueltas que no, porque todas tus amigas tienen presbicia e indecisión crónica, y te dispones a leer la carta enterita, para terminar confundiendo nachos con quesadillas. Y lanzando una pregunta muy típica de borrachuza que oculta su tara:

-A ver, chicas, ¿qué creeis que deberíais hacer en esta vida y aún no habéis hecho?

Aprender a bailar, tener un trabajo que apasione, volver a enamorarse locamente, recuperar la talla 38, superar el vértigo, ser más libertina, obedecer menos, arriesgar más, escribir un libro, viajar a Japón, recuperar las dudas, conseguir una casa más grande, leer y leer, un lifting sin cirugía, las tetas de una veinteañera… 

Lo que nos mueve es el deseo. Los planes. Desear es el mejor antídoto contra la nostalgia. Anoche éramos cuatro amigas juntas desde hace 25 años y sin nostalgia. Nos ha pasado de todo, claro. Podríamos volver al hotel de París con pelos en el desagüe, a la elefantosis de Santander, al examen de ingreso en aquella emisora, a nuestra primera vez bajo las sábanas, a las bodas, divorcios y partos (con una de ellas he coincidido en los embarazos, lo que creó un vínculo especial y una rivalidad. A ver quién paría antes. En teoría el calendario estaba de mi parte, pero la muy asquerosa se me adelantó y tuvo la desfachatez de llamarme desde el hospital, mientras se retorcía de dolor, para confirmarme que había ganado la partida).

La otra cara del deseo es la insatisfacción, claro. De eso también hablamos. La gran cuestión es si compensa o no. ¿Es mejor vivir en una línea continua, hecha de pequeñas alegrías y pequeños quebrantos, o tener un gráfico lleno de picos que suben y bajan según vivimos el delirio o la excitación más sublime? Como soy carne de diván, ya conoces mi respuesta. Prefiero la pasión que el hormigueo, y mis amigas también. Así que cuando llegan tiempos de picos bajos nos juntamos para empujar entre todas y volver a poner en marcha la máquina de los deseos. Y eso se llama amistad.

Lo dejo aquí, porque hoy deseo salir en bicicleta y comprar los periódicos. Leerlos al sol, tomar otro café. Desconvocar al miedo de tener que volver al dr Menguele de los ojos, hacerme unas fotos de carnet, comer hipocalórica, dormir una buena siesta y compartir café y cariño con mi A-2. Deseo que este domingo no acabe en lunes. ¿Es tanto pedir?