Mi querida Big-Bang:

Ayer mis ñapas polacos dieron por terminado el Taj Majal (estantería de obra de mi salón, para no iniciados) y yo me he quedado vacía. Como sabes, soy muy del durante, los finales me ponen triste. Dos semanas y media de pelearme con el polvo, tropezar por los pasillos con “la herramienta”, llegar a casa y oler ese tufillo inconfundible a albañil resudado, opinar sobre la esbeltez de las aristas, mantener a raya a las chukis para que no estropearan con sus manazas esa obra de la arquitectura moderna… Dos semanas en los que el eco de mi existencia estuvo relleno de baldas, tornillos y aguaplast. Y ahora…¿qué?

Imagino que es parecido a lo que sentiría Dexter el día que dejara de preparar un asesinato con descuartizamiento. Sin presa, no hay deseo. Y la ausencia de deseo mata. Esta frase no procede del congreso de sexología de mi amiga A-1, que ya le vale. La jodía llegó a nuestra cita de ayer anunciando que no hay novedades bajo las sábanas. Ni en la encimera de la cocina. “Pues podías haberte ahorrado el viaje, chitina, que aquí nos tienes ansiosas por reactivar nuestras pobres vidas sexuales”.

A lo que iba. Yo deseaba una estantería y dejé que Polonia invadiera mi casa. Cada día mi deseo de ver el progreso de la obra alimentaba mi existencia. Ayer llegué y ahí estaba ella, tan blanca inmaculada, con sus baldas perfectas y ese eco que rellenarán mis best sellers de misterio gore y mi colección de Barbara Cartland en tapas rosas. Ya era mía, y ahora necesito urgentemente volver a desear. Me parece que la Iglesia, cuando inventó el matrimonio, hizo una hábil maniobra para cargarse el erotismo de la pareja: dio a la pareja todas las piezas del Taj Majal, y cuando terminaron de construirlo tuvieron hijos, para no experimentar ese vacío.

Desear o morir. Esa es la cuestión. Ser constructor eternamente. Ser amante,no esposa. Vivir un poco a salto de mata, aunque el polvo moleste y la herramienta te haga tropezar por los rincones. Y digo más: Los paquetes de tabaco deberían incorporar una frase: “la arquitectura puede matar”. La obra terminada, el remate en su sitio, desatan la desazón.

Dicho lo cual me dispongo a buscar un objetivo. Una obra de tan magna envergadura que me mantenga en vilo dos o tres semanas más. Quizás un encofrado en la cocina o una mocheta en el cuarto de baño. Algo vaticanesco, con su columnata y sus estatuas de santos de escayola. Quiero polvo. Mucho polvo. Un orgasmo diario o dos, a ser posible. Y cuando todo termine, demoleré los cimientos de volveré a la carga. Y lo que el deseo ha unido, que no lo separe el hombre.