Mi querida Big-Bang;

La rusa era una mujer de naturaleza displicente y pelos como escarpias teñidos de un rojo que remataba en amarillo desvaído. Pelín contrahecha, no se quitó una americana de pana marrón clarito que sólo podía pertenecer a la momia de Lenin o a la fashion victim más victim del planeta. Las medias, negras, los zapatos, de tacón grueso y media altura. “Soy la directora de…”. Como se trataba de una revista de moda, taché la opción B de mis pesquisas y me presenté yo como “Deputy editor of…”. Ahhh!, respondió, sobrevolando mi anatomía de norte a sur con descaro ruso, y acto seguido se dio la vuelta.

Así arrancó un viaje en inglés con chinos, suizos, alemanes, italianos y la rusa. Ella siempre distante, siempre elevada por las cúpulas, siempre con sus referentes de alta cultura. Cuando uno da con una tipa así, tiene la sensación de llevar los cordones desatados, el tono de rouge equivocado y el verbo imperfecto. Oh, my good! Really? y Do you know what I mean? son mis tres frases de cabecera en esas lides. Un relleno que no falla y te permite no meter demasiado la pata en sociedad. Incluso en la rusa.

Pero, ¿qué pasa cuando alguien que a priori te menosprecia no se separa de ti un minuto? A: ¿Habré ligado? B.¿Querrá mangarme el bolso? C.¿El KGB ha sido reconstruido y soy sospechosa de consumismo compulsivo?

Tras chuparme una visita de alta cultura con la chunga, logré darle esquinazo y proseguir mis ínfulas culturetas en uno de mis templos favoritos: un outlet italiano de zapatos para morirse. Tú llegas, echas un 360 grados y te invade un frenesí tal que ríete de la cúpula del Duomo y otras maravilas que acabas de frecuentar. Cual cenicienta desatada yo me probaba uno tras otro, con un ardor guerrero tal que la dependienta vino en mi auxilio para recogerme todos los pares que iba apartando: Diez cm de tacón, 12 cm, 15 cm!!! Mamma mía, esto lo debe prohibir la sociedad de los columnistas vertebrales.

Con el botín en mis manos y la VISA tiritando abandoné el lugar y volví al hotel a maquearme. Iba a estrenar mis andamios. Los más escandalosos. Me eché un trago de vodka y enfilé el lobby para darme de bruces con la rusa. Dispuesta a regresar a nuestra entretenida charla sobre la evanescencia del arte moderno, el poder oculto de Miguel Angel y otras naderías. Embriagada de mi poderío de tafilete me sentía capaz de eso y mucho más. En inglés o en checo, si procedía.

Pero la rusa no estaba por la labor porque se había quedado clavada en mis pies. Oh my good!, exclamó. Y yo arranqué la típica frase de excusa: “Sí, son demasiado altos, pero en realidad han sido tan baratos que no pude evitarlo…lo mismo los devuelvo, mein rusa..”. Son taaaaannnnn sexys!”, remató la peliteñida. Para pasarse el resto de la noche alabando mi mercancía nueva, con tal deseo que sólo le faltó quitármelos y beberse el champán dentro.

Sí, ella era una eminencia del Renacimiento, pero yo tenía esos zapatos. Y una cosa más.

-¿Llevas mucho tiempo como the beauty editor?, preguntó con renacido interés.
-En realidad no, soy más bien deputy…
-ahhhh, Ya decía yo que no eras (tan) idiota. ¿Me darás la dirección de la tienda?
-Uff, me temo que he perdido la tarjeta… So sorryyyyy y recuerdos a Putin, hija de Putin.