Mi querida Big-Bang:

Mr. Rubidio se ha vuelto complaciente y me escribe a diario para abrirme su corazón y hasta sus tripas. Diez o doce líneas, no más, donde se desnuda en un strip tease nada escandaloso pero sí perseverante. La literatura epistolar con desconocidos ha alumbrado grandes joyas, lo sabes. Tan libre, tan provisional, tan cargada y descargada de expectativas, la pluma vuela y se detiene en pastos donde el pudor frente al otro se la juega. Pero como el otro no es, hay barra libre. En cierto modo es un acto de voyeurismo donde apenas sabes de qué color tiene los ojos el Mickey Rourke de turno: “You can leave your hat on”.

Mi amigo R. echó un polvo en un parking con una desconocida.Fue brutal, inesperado y volátil. Presente puro, sin prolegómenos ni teléfonos apuntados en el dorso de una tarjeta para una próxima vez. Aún sonríe cuando se acuerda del lance. Pero no recuerda si ella era pelirroja o castaña con reflejos caobas, si tenía las piernas largas o los neones del aparcamiento lo confundieron. Ni falta que le hace. El sabor del revolcón está vivo, y él sólo tiene que cerrar los ojos para hacer moviola y saborear de nuevo su minuto de gloria.

No te pongas celosa, mujer, que lo nuestro es más que sexo dialéctico por compasión. Pero debo confesarte que el otro día quedé con un hombre por trabajo y nos dieron las mil hablando sin dejar de mirarnos a los ojos. Confianza sin compromiso. Algo así debió pasarles a los Extraños en un tren de Highsmith, digo yo. Tú encuentras en la mirada del otro un destello que te invita a quitártelo todo, excepto quizás el sombrero, y la cosa termina en un plan de asesinato o en una tarde loca, que viene a ser lo mismo.

¿Por dónde iba? Ah, sí. Enciendo el ordenador y siempre está él allí: “¿Te has fijado en que las calles están pensadas para los tropiezos? A mí me gusta mirar al cielo, así que a veces me caigo. ¿Te molestan los torpes?”. Lo siguiente es una apasionante contemplación sobre el skyline de nuestro corazón, enhebrada y desenhebrada en sucesivos mails tan libres cono el anonimato, que en este caso encabezo con un “Me molestan los lentos, los indecisos, los cobardes y los cursis, por ese orden”. Soy yo la que contesta o cualquiera de las voces que oigo y que tú, pacientemente, tratas de desenmarañar para convertirme en una mujer cuerda y cabal. Un ser de una única voz afinada y libre de pastillacas. Una mierda.

Te dejo, que Mr.Rubidio ha vuelto a hablar. Me advierte una vez más de su torpeza, me corrige el tono, y tras preparar dulcemente el terreno me invita a tomar algo un día de estos. “En persona gano, o lo mismo no”. Sopeso mi respuesta. Quiero seguir hablando gratis sin pensar más que con los dedos. ¿Cómo perpretar un crimen si el cómplice te da su dirección, filiación a la Seguridad Social y hasta su libro de familia? No, mejor seguimos así. Y si todo va bien, uno de estos días me quitaré el sombrero.