Cuando no sepas qué decir, di lo que sientes. 

He soñado esa frase y luego, nada mas despertar, me he enterado -demasiado tarde- del descarrilamiento de un tren.  No sé qué decir, porque el horror cuando se sale de tablas no hay manera de encorsetarlo con palabras.

Antes del tren hubiera hablado, quizás, de que ayer dos compañeros míos me demostraron que una oficina no es un nido de intereses, sino también de cariño y de solidaridad. Y cuando se lo expliqué por la noche a las chukis ellas se encogieron de hombros porque las veces que han venido al trabajo sólo han visto alegría y gente que podría ser de nuestro grupo de amigos. Y están convencidas de que esa es la realidad global.

Pero un tren descarrila y se te corta la digestión de los relatos. 

Como no tengo palabras, no voy a escribir más. No todavía. 

Las niñas y yo haremos las maletas en unas horas.

Siento estupor, espanto. Ahora los que ponen palabras tratan de explicar el shock. Las (sin)razones de por qué una curva de 80 se toma a 180. Ingeniería del dolor y de la sangre.

Mis hijas duermen en casa, tranquilas y ajenas al temblor. Benditas sean.