Mi querida Big-Bang:

A estas alturas de la vida me la refanfinfla parecer la intelectual que no soy. He llegado a ese punto en el que no escondo el PRONTO debajo del periódico, como solía hacer para que nadie pensara que consumo bazofia de maruja revenía. Asumo que soy una mari con mechas, que yo también despellejo el look gótico de las niñas de Zapatero y que el día que las mías se pongan tipo punk, heavy metal o incluso chepudas y gordas les voy a quitar las ínfulas de tribu urbana de una sonora bofetada.

Sí, estos son los efectos de escuchar la emisora de don Federico Jiménez Losantos. Antaño, cuando era progresista y de la SER, solía discutir con mi madre a cara de perro (ella). Ahora estamos hermanadas en la ira y en las ondas, y sólo nos peleamos por el punto de las lentejas o por mi estilo al volante. Eso sí, hemos tenido que poner la etiqueta “tabú” a una serie de temas que incluyen la pedofilia de los curas, Mariano Rajoy:tinte sí, tinte no o la ubicación ambulante de las plantas y cuadros de mi casa.

Debo precisar que el movimiento de muebles y enseres domésticos en mi infancia era tendencia temporada sí, temporada también. Tú llegabas del colegio y el sofá había cambiado de habitación, tu cama se la había llevado volando David Copperfield y la cómoda donde escondías el tabaco era ya propiedad inalienable de los Traperos de Emaus. Unos tipejillos que se hacían rogar mucho antes de dejarse caer por el salón rococó a pillar cacho. Con esa desazón crecimos mis hermanos y yo, siempre acojonados por si a mi madre le había dado un repente y en su arrebato trilero nos había desaparecido, además del mueble en cuestión, su interior (léanse bragüelas y calcetines, algún libro de texto o las ganas de vivir).

De aquello sacamos dos aprendizajes básicos para la existencia: a:pon cadenas y candados a todo aquello que te importe un poquito, y b:no te encariñes con nada que a los Traperos ésos les quepa en un furgón. Eso explica mi desapego patológico, que la lince de la terapeuta que eres aún no ha diagnosticado. De continuar así, no me va a quedar otra que prescindir de tus servicios y echarme definitivamente en brazos de don Federico, don César Vidal y todo el fascio de las ondas. Total, con ellos hago mi catarsis a grito pelado, mi madre me hace la ola por una vez en la vida y con el dinero que me ahorro podré cambiar los muebles de casa dos o tres veces al año. Un chollo.