Mi querida Big-Bang:

¿Puede un hombre compartir el dormitorio de su novia con sus perros? Mi amigo M. sostiene que sí, pero eso ha precipitado el final de la relación. Me lo contó ayer, copas de vino mediante y tras darme los titulares: “he roto con mi chica”. Yo, de entrada, siempre voy con mis amigos, aunque sus novias/os sean limpios y sin antecedentes penales. Así que le dije: “bien hecho”. Y luego: ¿Qué ha pasado?

“Lo de la alfombra precipitó todo”, empezó  su relato. La cosa es que ella siempre prefería que él durmiera en su casa. “Tengo que poner la lavadora, tengo que hacer mis ejercicios de yoga teleasistido…”. Y él, obediente, iba para allá. Con su cepillo de dientes, su muda y…sus perros.

-A ver, M., interrumpo. ¿De cuántos perros estamos hablando? ¿eran dos… no?

De sus dos chuchillos, en efecto, no muy grandes. Que ella detesta. Pero sabe que van con el lote, y ahí mi amigo me lanza un órdago:¿estarías con un hombre que no quiere a tus chukis?. “No, claro, pero quizás no me personaría con ellas cuando voy a su casa a dormir con derecho a roce”. Esto último no se lo dije, porque es mi amigo y voy en su equipo.

La cosa es que el perro se hizo pis -“una mancha diminuta”- en la alfombra del dormitorio de la chica,y ella montó en cólera. En adelante, el perro sería “el puto perro”. Y la alfombra, tras frotarla con un spray milagroso llamado Cebralín,  pasó de tener una mini mancha a la madre de todos los lamparones. “Así que me fui a llevarla al tinte, yo solito, y la broma me costó 300 eurazos. Cuando al fin llega la alfombra, más limpia que nueva, va mi novia y se pone histérica porque se la habían cargado. “Esos no eran los colores originales. Y todo por el puto perro”.

Hay frases que precipitan rupturas. Y yo empaticé de inmediato, imaginando a esa fiera que insultaba el bien más preciado de mi amigo. Pero él no me lo había dicho todo: “Si encima, los pobres chuchos dormían conmigo, quietecitos,en mi lado de la cama”.

-¿Cómooooooooooo? ¿Que te llevas al dormitorio de tu novia a los perros?, pregunté enjaretándome media copa de golpe. Y él: “Sí, claro, les pongo un colchoncillo a mi lado y duermen sin rechistar, del tirón”.

Hasta yo me puse de parte de la contraparte. Si un hombre se acuesta conmigo y con sus perros, lo planto in situ. Eso de escuchar ruiditos alrededor se me antoja antierótico y amenazante. Y así se lo dije a mi amigo, que me miraba con cara rara. Pero no se rindió:

-Mis perros son mis alter egos. El otro día los saqué al campo y vimos una puesta de sol increíble. Ellos, que siempre están nerviosos, se quedaron quietos mirando, como gatos de escayola. Fue un momentazo.

La cara de emoción que ponía contándome la escena me hizo llegar a una conclusión inmediata: si te enrollas con un zoológico ambulante, debes asumir los pelos, ronroneos y hasta el olor nauseabundo de los restos de esas latas de comida que parece foie chungo en tu alfombra. Y dos: antes de enamorarte, la pregunta no es si tienes madre o dónde trabajas, sino ¿quién duerme a tus pies?

P.D Abstenerse de acercarse a mí cualquier hombre con chucho, hamster o iguana. Mi cama es mía.