Mi querida Big-Bang:

Ya sabes lo mucho que me exasperan las descripciones prolijas cuando no conducen a nada. Dame acción y moveré el mundo. Porque, ¿para qué te cuentan los detalles de un escenario donde no pasa absolutamente nada, el personaje no da allí un palo al agua ni se ve afectado por los elementos, los secundarios no otorgan sentido a la escena y encima carece de todo glamour vacuo, en cuyo caso tendría la cosa cierto valor literario para las de mi especie?

No diré el título y el autor porque una en el fondo es compasiva con los que se ganan la vida juntando palabras, pero daré algunas pistas: argentino, premiado por una novela tamaño ladrillo, su inicial es A… Y hasta aquí puedo leer, añadiendo que lo mismo al hombre no se le ocurría cómo introducir la acción, y ha estado brujuleando alrededor de una mirada torba y tal vez alcoholizada una noche de insomnio en la que sonaban las chicharras y volaban los vencejos.

Mis Chukis, que conocen bien esta vis impaciente que me habita, suelen componer frases simples -sujeto, verbo, complemento directo e indirecto- para que no las interrumpa a la mitad. De ahí que las pobres anden escasas de adjetivación y apenas visiten los gerundios ni los adverbios de modo, especialmente si acaban en “mente”. Oveja que bala, bocado que pierde, es nuestra máxima. De modo que hemos desarrollado toda una maestría económico-verbal que amenaza con convertirlos en la versión siglo XXI del Neanderthal. Tanto, que a veces limitamos nuestras conversaciones a gruñidos de diversa intensidad y frecuencia, muy a conjunto con el prado, las vacas, el gallo peleón y todo el zoológico que nos rodea estos días. Si mis fans se acercaran por aquí se les caerían los palos del sombrajo, que diría mi abuela (en gloria esté).

Conste que si no describo es porque no me da la gana, no por falta de talento ni ambición. Ponme a prueba y te diré que las gotas del rocío han pintado de plata el verde circundante, y que Mr Shreck, un ser corpulento, de paso desacompasado y piel cetrina, espanta moscas a manotazos mientras recoge los tomates verdi-rojos de un huerto cuya geometría hubiera merecido un lugar de honor en el mismo Versalles. Pero date cuenta de mi incapacidad para no introducir unas migas de acción, porque de seguir con mi monstruo bueno y su ciénaga habrían pasado cosas trepidantes de las que suceden aquí: dos mariquitas emprendiendo el vuelo, la irrupción de Divorcieitor en escena, con sus tinte desmayado y la urgencia de comentar cualquier nadería de corte intelectual (no sabe, el hombre, que lo mío es más la fruslería inconsistente), y etcétera etcétera.

Hala, te dejo epatada con mi prosa florida porque hoy tenemos invitados y hay que convertir la cuadra en un hogar de acogida donde, como en el juego de las sillas, habrá siempre una cama de menos. He pensado que cada noche y al grito de “marica el último” nos lancemos a pillar colchón en un capítulo de acción trepidante que pondría los dientes largos a mi admirado Chuck Norris. Luego ya, si eso, te escribo describiéndote a la argentina los detalles para que te mueras de aburrimiento justo dos minutos antes de cerrar los ojos. ¿Quién necesita Orfidal?