En vuestros tiempos llevabais armaduras y luchabais contra dragones“. Desde que levanto a Minichuki a las 7.45 horas para estudiar se le ha afilado la lengua. Oficialmente está en los últimos estertores de la preadolescencia,  y va tanteando las diferentes variedades de insolencia:

-Tengo que confesarte que a veces dijo “joder”.
-Pues muy mal, ¿no puedes decir jopé, que es casi lo mismo?.
-¿Qué quieres, que diga cáspita y así se me ríen en la cara?
-En la cuarta glaciación decíamos joer cuando aparecía un dragón.

Educar en vacaciones es una lata. No tienes el cuerpo entrenado. Bajas la guardia como bajas a la playa y te baja la tensión, y quisieras que tus hijos dejaran de incordiar estilo otoño. Pero no, el ocio dispara la osadía, y debes demostrar que puedes distraer las malas intenciones con señuelos contundentes.

-¿Quién se apunta a unas nécoras y a unos percebes?
-Yooooooo. Mami, qué guapa eres.

Sí, disto mucho de ser ejemplar a nivel madre y en general. No conozco a ninguna fiera corrupia que no relaje las mandíbulas delante de un plato de marisco frente a un puerto de mar. Mis hijas me reprochan que este verano estoy muy gruñona y es cierto. Me caen bastante mal cuando dejan toallas mojadas por medio, granos de arroz fuera del cubo de basura o bikinis sucios en el maletero. También cuando les doy caprichos y al primer “no” tuercen el morro y me convierto en el enemigo. Entonces pienso que mi madre tiene razón. He dialogado en exceso con ellas. En mis tiempos de dragones era “esto es así porque lo digo yo” y no rechistábamos. Ahora prácticamente organizamos convenciones para votar qué plan hacemos y con qué amigos.

El ocio es altamente peligroso. De ahí que yo misma me someta a un horario castrense para evitar comportamientos disolutos. Luego, hechos los deberes, me premio a mi manera. Ayer deposité a mis tres hijas (dos locales y una visitante) en la playa y volví a mi casa. Armada con un libro, una cerveza y unos mejillones+patatas fritas me senté bajo la higuera más frondosa y acogedora del jardín y pasé dos horas de ensueño preguntándome por qué necesito escapar de las responsabilidades maternas con urgencia. Y qué monasterio podría acogerme para una cura de silencio y palabrotas con música de gregoriano al despuntar el alba.

Me pareció que ser monja es un chollo. Tú rezas y piensas que alguien te escucha, haces mermelada y hojaldres, comes simple pero delicioso y duermes con la conciencia bien tranquila. El maná está asegurado y la salvación de tu alma, a priori, también. Dios es tu novio y no se muestra posesivo ni celoso. El verdadero mérito es ser padre, ser madre, y entregarte a esa misión con ímpetu de guerrero ninja, cuando nadie te contó que el porculismo de los hijos no descansa ni siquiera en vacaciones.

Sí, he dormido con Minichuki a la grupa y siento rencor. De ahí esta hiel mañanera e indigesta. Hace media hora que la convoqué al estudio y aún anda remoloneando para gastar minutos cual equipo de fútbol con partido ganado en una final de la Champions. Sus argucias distractoras no corresponden a su edad, sino que se muestra como vaquilla muy toreada. De repente desayuna de manual, en lugar del cuenco apresurado de cereales. Se trata de agotar mi paciencia. Miro a las vacas, para no exaltarme.

-¡Puedes por favor ponerte YA a estudiar?
-Mamá, estás de mal humor. ¿Qué te pasa?
-Que eres una cara dura. Esta noche duermes sola.
-Ya veremos…

Corro a hacer una solicitud urgente para las carmelitas o cualquier orden religiosa que me aleje de este trabajo desagradecido. Pensé que, superada la adolescencia de una, la segunda sería pan comido, pero veo que cada hija tiene su hecho diferencial. Espero que mi novio dios entienda mis reacciones violentas y perdone mis pecados. He comprado un forfait para incurrir en muchos y a lo grande. Y cuando se gaste, compraré más.

-Mamá, ¿podré decir coño cuando me pierda en una glorieta, como tú?
-Con tal de que des muchas vueltas y yo no te origa, haz lo que te plazca. Y siéntate ya a estudiar (¡¡¡¡¡coño!!!!!!)