Mi querida Big-Bang:

Las grandes decisiones se toman en fracciones de segundos. Creo que la regurgitación previa y el vómito subsiguiente en realidad son vanos efectos especiales, como los de los trailers que destripan las películas, pero el quid de la cuestión, el chispazo que empuja a la determinación, es como tú: un big-bang explosivo que convierte la intuición en certeza. Yo decido. Y en el estallido uno está solo. Y nadie tiene el derecho a interferir. Ni amigos, ni médicos, ni Oprah Wimphrey, ni la santa iglesia católica. ¿Sin velas no hay entierros? Ja!

Salió el sol, y salimos más airosos a la calle. O sea, hoy nos darán por saco lo mismo que ayer, pero con luz el porculeo es más llevadero, lleva vaselina included. Te da un subidón tal que podrías hacer puenting en la M-30 o volver al gimnasio, o cambiarte el color del pelo o pagar tres o cuatro multas. Decisiones.

Yo que tiendo a la desmesura me pongo hiperactiva con el sol. “Cuando te pase espera un rato a que se te pase y reflexiona”, me dirías. No pienso hacerte caso: lo que sucede conviene, como dice mi amiga S. Una mujer valiente que cada dos por tres tiene que decidir entrar a un quirófano para mantener a raya su enfermedad. La admiro tanto por eso que no podría reprocharle jamás nada. Quien decide gana.

Creo que el común denominador de mis amigas es el coraje. Nunca lo había pensado, pero lo que me atrapa de los demás es la determinación. Huyo de la gente que dilata sus decisiones, que se entretiene funambuleando en las cuerdas del patio, que marea la perdiz y no remata. Sin embargo, ponme un hombre de acción delante y seré suya. Ponme una mujer, y también. Y ahí está M., valiente y decidida, merendando su decisión amarga. Y ahí está A-2, decidida a viajar con la certeza de que el viaje de vuelta será desazonante. Pero decidida.

Así que arranquemos la semana decidiendo. Total, hace sol, y si nos estrellamos siempre tendremos el consuelo de la luz y la palabra.