Cuando yo era apenas una niña, mi padre, Eduardo Barreiros, escribió en un papelito lo que él tituló ‘Decálogo del buen empresario’. Un código de conducta al que siempre permaneció fiel y del que siempre se sintió orgulloso:
  1. Hacer siempre honor a los compromisos.
  2. No mirar a nadie por encima del hombro.
  3. Ser muy tenaz.
  4. Rodearse siempre de buenos colaboradores y amigos.
  5. Convivir al máximo con los que trabajan con uno.
  6. Estimularlos en la mayor medida
  7. No querer ganar para sí la última peseta.
  8. Trabajar con intensidad.
  9. Escuchar las sugerencias aunque procedan de gente modesta.
  10. Tener vocación y fe.
El otro día asistí a una entrega de premios de la Fundación Eduardo Barreiros. Para quien no sepa de él, fue conocido como el  “Henry Ford español”,  el artífice de la transformación del motor de gasolina en motor Diésel. Pero también fue un hombre de origen humilde que desde su taller mecánico de Ourense alumbró un imperio de la automoción de dos millones de metros cuadrados al sur de Madrid, en sólo 30 años (Los Symca y los Dodge con los que tantas familias descubrieron el viaje en los años 50 y 60  llevan su firma). Dio trabajo directo a 25.00 personas y -esto es lo más importante- dignificó la figura del patrón en un país sometido a la dictadura a base de respeto y cuidados a sus empleados. 
Su hija Mariluz Barreiros glosó su figura y cuando leyó el decálogo me sentí conmovida por su sencillez y por su verdad. Pocas veces uno de “la casta” -que diría aquel-  desciende desde la pomposa deshumanización de un balance de resultados a la esencia de la integridad en la creación de riqueza. 
En realidad, el decálogo es una excelente herramienta de educación general, que corrí a apuntar para enviárselo a mis hijas. Me pareció emocionante volver a comprobar que las grandes hazañas pueden contarse con palabras sencillas. Que ese modesto mecánico no dejó de ser humilde a la hora de transmitir su legado  cuando ya era millonario, puede que multimillonario.
No mirar a nadie por encima del hombro. Imagino que en las escuelas de negocios los decálogos del empresario son mucho más pomposos, científicos y alambicados. Pero a mí este me parece perfecto. Porque vale para el jefe y para el mando intermedio, para el profesor, para el padre y la madre, para el líder de una banda de rock… para cualquier persona que lidere un grupo y tenga la obligación de ser su guía e inspiración. Para la “casta” sin ínfulas de casta ni discursos huecos que calan en los estómagos hambrientos de justicia o de venganza. 
Hacer siempre honor a los compromisos. O sea, eso que nos decían en casa a los de mi generación: “Hijos, siempre tenéis que cumplir”. Cumplir es un término que ya no se utiliza, pero que desde ya pienso resucitar en mi familia. Humildad, generosidad, escucha, esfuerzo, estímulo, fe… Encuentro que los valores que subyacen al decálogo Barreiros se parecen a los mandamientos de una iglesia que ya querría haberse aplicado el cuento en su Empresa y recuperar la diáspora de empleados/fieles que han salido pitando por la falta de crédito y ejemplo. 
Por mi parte, al decálogo Barreiros sólo añadiría un punto: No engañar. Decir la verdad aunque eso te sitúe en una posición menos ventajosa en el tablero de juego. Aunque eso te impida medrar en tu empresa. Aunque eso neutralice estrategias muy favorables para conseguir un objetivo. Aunque te condene a una soledad incómoda. 
A riesgo de parecer meapilista e ingenua, debo decir que uno de los rasgos de las personas que más admiro es justamente este. Y que cuando me asocio con alguien -en el trabajo, en la amistad, en el amor- miro su verdad antes que otros rasgos más sexys y menos generales.
Rodearse siempre de buenos colaboradores y amigos“. Ciertamente, Barreiros. Y aprender a detectarlos aunque a veces los lobos se oculten bajo una piel de cordero…