De un tiempo a esta parte hay palabras que se me resisten, amantes que huyen y ensaladas mal aliñadas en mi mesa.

He decidido sentarme con un papel y escribir cien veces: Invernadero. Hipocondriaco. Jeroglífico. Nicholas Cage. Delirio. Es posible que, para torturarme un poco, introduzca diversas versiones de cada una. Y sus correspondientes antónimos.

¿El antónimo de Nicholas Cage sería Benicio del Toro?

Luego añadiré mis viejas dudas ortográficas:¿business o bussines?, ¿jengibre o gengibre?…
 Y transliteración, palíndromo, acrónimo.

A continuación, alguras taras con las que malconvivo y que ningún laboratorio científico investiga seriamente. Es decir, sí en fases primitivas de experimentación, pero dudo que de aquí a que me muera -dado que me encuentro at the top of the hillpueda ir a la farmacia a por mi dosis para la perplejidad galopante, ingenuidad herida e iracundia desatada.  El acceso social de los incapaces me produce una urticaria que el Atarax apenas aplaca cada noche. 

Tengo un plan. Me lo ha inspirado Weiwei, el artista perseguido. Ayer salió su nombre en una reunión de amigos. “Parece que lo van a volver a detener. Arresto domiciliario. ¡Habría que ver a cuántos chinos ha explotado para pintar las pipas una a una!”, apuntó D.

Arresto domiciliario. Ser secuestrada en mi propia casa. Sola, naturalmente, porque si me retienen con las chukis no podré concentrarme en mi dramatismo, sino en tareas tan vulgares como quemar las lentejas o  esconder la Blackberry de la adolescente para que no huya con los dedos. Los dedos son escapistas y respondones por naturaleza.

Quiero, insisto, que alguien me encierre y pienso en “Extraños en un tren”, de mi querida Patricia Highsmith. Su nombre no es de los que se me olvidan cuando participo en sesudas conversaciones literarias donde quiero hablar de Thomas Bernhard, de Lorry Moore, de Carson McCullers y no me salen. El Alzheimer selectivo es despiadado. Y socialmente dramático.

Volviendo a Patricia, no es que pretenda ser asesinada. Sólo retenida en contra de mi voluntad en el espacio donde más feliz me hallo. Mi rincón de pensar, mi reino y mi caballo. Como Lindsay Lohan, pero sin traficar con drogas. Lejos de los cantos de sirena de Rubaljoy, del acoso y derribo de los mercados, de los anuncios de la Lotería Nacional, de las bombillas navideñas.

Sólo quiero aliñar bien mi ensalada y que las palabras retorcidas vuelvan a mi boca cuando se las llame. Pintar un millón de pipas, como Weiwei. Superar el balcón triunfante del 20-N. Soñar.

Y luego convocar a mis amantes a una cita que no puedan rechazar. En un tren, naturalmente.